martes, 20 de diciembre de 2011

TRAS LAS HUELLAS DE ORELLANA

          
            Por enésima vez a lo largo del día, el soldado se quitó el pesado yelmo y se enjugó el sudor de la frente con un raído pañuelo. Se recostó en el tronco de un árbol, su pesado equipo le estaba matando. Cada vez estaba más convencido que su indumentaria no era apropiada para esas latitudes. El equipo que portaba era engorroso, pesado y caluroso. Era una estupidez cargar con todo aquello por esa densa selva en la que llevaban varias semanas metidos. ¡Que distinto era aquello de su Castilla natal! pensó.
            Su capitán, un loco ávido de oro, les había metido en aquella aventura de la que probablemente ninguno saldría con vida con la excusa de buscar al desaparecido Orellana. De los cincuenta hombres que partieron hacía ya dos meses,  solo quedaban veintiséis, y de éstos, algunos se encontraban en una situación tan lamentable que probablemente no aguantarían más que unos pocos días.
            En el tiempo que llevaban metidos en aquella horrible selva habían sufrido ataques de indios, de fieras, de alimañas, hambre, sed y un sinfín de padecimientos que estaba llevando al grupo al límite de sus fuerzas. 
            El soldado era miembro del grupo de avanzadilla. Se colocó de nuevo el yelmo y haciendo un gran esfuerzo, siguió arreando mandobles a las ramas y lianas para intentar abrir un sendero que les condujera a la corriente de agua que llevaban varias horas escuchando pero que aún no habían conseguido localizar.  El ruido de la corriente cada vez era más fuerte, y esto animó al soldado a seguir abriendo una brecha en aquella maraña vegetal. Por fin, tras arrancar de un tajo la cabeza de una enorme serpiente que colgaba enrollada de una rama, divisó las cristalinas aguas de un caudaloso arroyo. Se detuvo en la orilla agachado, escudriñando el terreno. Cuando estuvo satisfecho llamó a uno de sus compañeros, un muchacho extremeño que apenas se afeitaba todavía, delgado como un palo pero con una energía increíble. El soldado le ordenó volver sobre sus pasos para reunirse con el resto de la tropa y guiarles hasta allí.
            El soldado se quedó solo. Se quitó el yelmo, la ballesta que llevaba a la espalda, la coraza, las botas y el cinto con la espada y la daga. Dejo todo el equipo apoyado en un árbol procurando que no se mojase con los rociones del arroyo. Suspiró largamente y se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra una roca. Se quedó mirando las partes metálicas de su equipo. Por más que las untara con sebo, no conseguía hacer desaparecer la herrumbre producida por la altísima humedad del entorno. Volvió a suspirar impotente. ¿Cómo se le ocurriría a Dios crear un lugar tan inhóspito? se preguntó. No entendía como los indios se desenvolvían tan a sus anchas en aquellas tierras. En los encuentros que habían tenido con ellos tuvo tiempo de observarlos. No tenían el aspecto enfermizo e insalubre de los castellanos, muy al contrario parecían saludables y bien alimentados. Caminaban descalzos y medio desnudos, silenciosos y ágiles en medio de aquella maraña vegetal. Portaban rudimentarios arcos y unos largos tubos de madera por los que soplaban lanzando pequeños dardos envenenados. Los indios podían haber acabado con todos ellos ya hace días, pero cada vez que atacaban simplemente mataban a uno o dos soldados como mucho. Sin embargo al miedo a los ataques hacía más daño entre la tropa castellana que las mismas muertes. Nunca sabían cuando y dónde iban a ser atacados lo que les obligaba a estar atentos permanentemente, sin un minuto de respiro ni descanso.
            Comenzó a llover. Otras de las cosas que tanto sorprendía al soldado era la caprichosa naturaleza. Podía lucir un sol espléndido y de repente comenzar a diluviar sin previo aviso, para luego dejar de llover de la misma forma. Este fenómeno les impedía andar secos ni siquiera unas horas. Imposible. Las armas de fuego eran prácticamente inútiles ya que no conseguían mantener seca la pólvora. El soldado se había desecho de las suyas hacía tiempo. Prefería la ballesta, mucho más práctica en la selva. Además, no tenía problemas de munición. A pesar de que ya no le quedaban puntas de hierro para los venablos, se las apañaba bien sin ellas, y si no que se lo preguntasen a aquel indio pintarrajeado que estuvo apunto de destrozarle la cabeza con su hacha de piedra. El soldado no se dejó sorprender y descargó un venablo hecho con madera de aquellos bosques en la frente del indio, con tal eficacia que le atravesó el cráneo de parte a parte. Si hubiera disparado su arcabuz, a esas horas seguro que estaba criando malvas o siendo pasto de cualquier alimaña carroñera.
            Cubrió con unas enormes hojas sus armas, para evitar en lo posible más humedad, aunque daba lo mismo, en unas pocas horas estarían completamente oxidadas. ¡Maldita sea! exclamó, sin hacer ruido. Si algo había aprendido durante la expedición era que, en lo posible, lo más prudente era no hacer ruido, intentar pasar lo más desapercibido posible. Si no te oían y no te veían, no te comían, se repitió una vez más para si, sonriendo por la ocurrencia. Miraba la ahora chorreante coraza y decidió que no se la pondría más. Que mas daba. La pesada coraza no iba a impedir que la fiebre, el hambre o alguno de aquellos malditos dardos indios acabara clavado en su cara o en alguna pierna o brazo. El único problema era su capitán, muy estricto con el cuidado del equipo. Volvió a mirar la coraza y sin pensárselo dos veces le dio una patada a la coraza y la arrojó al río. Le diría al capitán que en un descuido se le había caído.
            Si querían salir con vida de allí, lo mejor era adaptarse al entorno e intentar hacer lo mismo que hacían los indios. No estaba dispuesto a corretear por la selva medio desnudo, pero si lo más ligero posible. La espada también pesaba lo suyo y en una lucha cuerpo a cuerpo con ella en aquel lugar no servía para nada. El espacio de maniobra era tan reducido en aquel infierno verde que era más una molestia que una ayuda. Pero en cualquier caso se negaba a deshacerse de ella. Era una espléndida espada de buen acero toledano y le había sacado de muchos apuros durante sus años de soldado, que ya eran unos cuantos.

jueves, 6 de octubre de 2011

REMANDO EN EL MAR

                Como ya he comentado alguna vez, me gusta navegar en kayak. Hasta ahora me había limitado a remar en pantano y río, pero este verano me estrené en el mar.  A pesar de no simpatizar mucho con la playa, el mar me gusta y siempre que puedo procuro subir en algún barco con la familia para hacer alguna excursión.
            Así que este verano me animé a llevar mi kayak a la playa, para probar a ver que tal se me da remar con olas. Mientras aseguraba la embarcación en la baca del coche ya me imaginaba remando en el líquido elemento.
            Cuando llego a la playa deposito mi kayak en un club de piragüismo donde, previo pago de un importe, me dejarán guardarlo. Al día siguiente acudo al club a las nueve de la mañana, su horario de apertura y me encuentro por allí con un montón de chavales entre ocho y quince años, calculo, con sus palas, sus escarpines y sus chalecos,  listos para saltar al agua y comenzar la clase del curso de remo que imparte el club. Me emocioné al ver a tanto crío por allí a una hora tan temprana y practicando un deporte que no es fútbol.
            Antes de meterme en el agua hablo con la monitora de los chavales para que me de algún consejo. Me indica que procure navegar costeando por el lado izquierdo de donde nos encontramos porque “dentro de un rato va a empezar a soplar el Levante y te ayudará a volver hasta aquí con menos esfuerzo”. Palabras textuales. Miro hacia el mar. En ese momento su superficie es lisa como un espejo. Esta va de listilla, me digo. También me recomienda que procure no caerme al agua. ¿Por qué? pregunto. Porque este verano viene cargadito de medusas. Pues empezamos bien, pienso.
            Me uno a la fila de chavales,  que con sus kayaks al hombro, van saliendo del  club y depositando  las embarcaciones en la orilla, a la espera de la monitora.
            Yo por mi parte, me pongo en un ladito para no molestar y me coloco el equipo: chaleco, escarpines, guantes (los mismos que uso para la MTB), gafas de sol y gorra. Coloco la cartera y el teléfono en el bote estanco, donde también guardo una herramienta multiuso, algo de cuerda  y un chubasquero,  y un protector solar que nunca me acuerdo de usar. Coloco el bote en el tambucho de popa (la parte trasera del kayak) y una vez listo deslizo la embarcación hasta el agua y me embarco. Coloco los reposapiés en una posición cómoda y dejo la botella de agua a mano. Comienzo a remar, despacio, cogiendo ritmo. Delante tengo un buen montón de barcos fondeados y me entretengo leyendo sus nombres en las amuras o en el espejo de popa. Se ve alguna medusa, pero nada preocupante. Al salir de la zona de fondeo el agua comienza a rizarse y empiezo a notar algo de viento que según me voy adentrando en el mar se va haciendo mucho más notable. Pues igual tiene razón la monitora. Y el número de medusas por metro cuadrado también aumenta de forma considerable, algunas son como balones de baloncesto. ¡Como para caerse!.
            Las olas me llegan por la banda de estribor haciendo peligrar la estabilidad del kayak, es decir que vienen por la derecha y a poco que me descuide me van a volcar y el agua ahora si que es una fiesta de medusas que te jiñas, hoy debe haber concierto de alguna estrella del rock medusil.
            Giro el kayak para enfrentar la proa hacia las olas y empiezo a saltar y a pegar pantocazos. Decido dar la vuelta y regresar hacia la zona de los barcos fondeados, más protegida.
            Hay un buen número de  barcos como ya he dicho, los hay grandes y pequeños, a motor y a vela, de fibra y de madera. Uno de madera en concreto, con matrícula holandesa me llama la atención. Es una maravilla de barco, muy cuidado, el tipo de barco en el que me gustaría navegar. Nada de fibra ni plástico, solo madera y metal. Paleo a su alrededor, deleitándome. No tiene nombre, ni en las amuras ni en el espejo. ¡Qué curioso! Pienso. Me alejo de él con pena y me dirijo hacia la orilla. En ese momento una fila de intrépidos chavalines palean decididos, pegados a las redes que separan la zona de baño de la zona de navegación, bajo las órdenes de la monitora, que al verme me pregunta que tal lo llevo. Decido dar de nuevo la vuelta y palear junto al grupo, también cerca de la red, donde parece que el oleaje es menor.
            Al cabo de un rato, ya más hecho a remar entre las olas, decido separarme del grupo y seguir solo. Ahora las olas me divierten. Ya le he cogido el tranquillo y estoy disfrutando de verdad.  Consigo llegar al punto que me he fijado como objetivo. Paro un momento a descansar, dejándome arrastrar por las olas. Aprovecho para sacar alguna foto y beber un poco de agua. Que gozada. En mitad del mar, navegando con una pequeña embarcación. No dependo de ningún motor, no dependo del viento, solo dependo de mi mismo. ¡Qué sensación!
            En fin, decido regresar. La vuelta se hace muy corta. Navego sobre las olas y prácticamente sin esfuerzo me planto delante de las instalaciones del club. Saco el kayak del agua y lo dejo en una rampa de cemento donde lo lavo con agua dulce. Una vez limpio y con la ayuda de uno de los chavales que andan por allí lo guardo de nuevo en el interior del club dando por finalizada mi primera salida en el mar.
           

lunes, 3 de octubre de 2011

LAS MUJERES DE ALDEA DEL FRESNO

            Hoy desde mi página quiero rendir un pequeño homenaje a las mujeres de la localidad madrileña de Aldea del Fresno.
            Me explico: El pasado fin de semana, días 1 y 2 de Octubre, se organizaron en este pueblo una serie de actividades sociales, deportivas y culturales con el fin de recaudar fondos para enviar al pueblo de Somalia y contribuir en lo posible a evitar  que los habitantes de ese país sigan muriendo de hambre.
            Pues bien, asistí tanto el sábado como el domingo como visitante y participante en esas actividades (ya contaré mi experiencia en la marcha de MTB en otro artículo) y pude contemplar como las mujeres de esta localidad, abuelas, hijas y nietas, cuando toca ser solidarios, son las primeras que se lanzan de forma voluntaria y desinteresada a   organizar lo que haga falta en causas como esta.
            De forma voluntaria y desinteresada, enfundadas en sus camisetas de color naranja con el título de voluntarias estampado en ellas,   se preocuparon y empeñaron  tanto en la organización de las distintas actividades como en  la elaboración de los aperitivos (unas magníficas migas), la comida (riquísimas patatas con carne), postres de todo tipo,  preparación de las mesas para tantos comensales e incluso una obra de teatro a la que por desgracia no puede asistir … en fin, que miraras para donde miraras por todas partes veías las camisetas naranjas, empeñadas en múltiples tareas.
            Otro magnífico detalle de las mujeres aldeanas fue el tentempié que nos proporcionaron al final de la marcha de MTB (también hay que reconocer el mérito de los hombres de Aldea, en este caso Agustín Calvo junior, que organizó la marcha en muy poco tiempo).
            A pesar de ser foráneo me unen fuertes vínculos con esta localidad (estoy casado con una aldeana) y me llena de orgullo saber que cuando la ocasión lo merece, y esta ocasión lo merecía, que mejor causa que recaudar fondos para los más necesitados, este  pueblo se remanga y se pone manos al asunto sin más interés que el aportar su granito de arena para mejorar este mundo, en unos tiempos tan difíciles que por desgracia nos ha tocado vivir.
            Me gustaría que acciones como estas sirvieran de ejemplo al resto de los españoles. No hace falta pertenecer a ninguna asociación, oenegé o partido político para intentar hacer de este mundo un lugar un poco mejor. Simplemente hay que pensar un poco más en los demás, ser un poco más humanitario, ser un poco más solidario,  o ser simplemente como las mujeres de Aldea del Fresno.

jueves, 22 de septiembre de 2011

EL FINAL DEL VERANO


                         Ahora si que se acabó el verano. Adiós, hasta el año que viene. Y ya está aquí el otoño. Bienvenido. ¿Otra vez por aquí, como pasa el tiempo verdad? Si parece que fue ayer.       
            Ahora si que, afortunadamente, dejaremos de hablar de las magníficas vacaciones que hemos pasado,  para comenzar  a planificar las próximas, las de Navidad. Por supuesto, en breve empezaran los anuncios de lotería, juguetes, colonias, turrones… . Sin apenas tregua.
            Además, desde hace unos años, las estaciones se suceden sin apenas transición. Un día paseamos en bermudas y chanclas y al día siguiente botas y forro polar. Sin aclimatación ni hostias, que no están los tiempos para chorradas ni absurdas perdidas de tiempo. Y así ocurre, que en el mes de Septiembre te pillas unos catarros de cagarse. Por la mañana frío, a mediodía calor asfixiante, por la noche, como todavía duermes en bolas y sin edredón, porque mentalmente te niegas a aceptar que ya se ha acabado el verano, pasas un frío del carajo.
            En la tele, de un día para otro, deja de sonar Georgie Dann con sus choricitos parrilleros cocinados en su magnífica baaarbacooa  y dan paso al turrón mas caro del mundo, al calvo de la lotería, los “Supermegatransformes” o las “Nintendo 6D 16 válvulas GTI”.
            Yo creo que lo hacen para que no nos deprimamos, para que el cambio de: “¡Que bien me lo paso en vacaciones!”  a  “¡Joder, que rápido se me han pasado las vacaciones, si ya estoy otra vez en el curro!”  no nos afecte o nos afecte menos.
            El primer día de la vuelta al curro/cole todo el mundo echa mano de los calendarios en busca del puente perdido. Es graciosísimo: “A ver, si me cojo el día de la Inmaculada y empalmo con la Constitución, me marco un puente de órdago… O me pillo un día de asuntos propios que empalmando con el fin de semana y Santa Rita la Cantaora…voy a llamar a mi mujer para que no guarde los bañadores”.
            Para troncharse.
            También es tiempo de empezar a bajar esos kilitos que nos trajimos de las vacaciones, incomprensiblemente por cierto: “Si este verano me he cuidado un montón”. Claro, nunca contabilizamos las dieciséis arrobas de cerveza que nos hemos metido al cuerpo. Todo el mundo se apunta al gimnasio, a correr, a las dietas Duncan Dhu o como se llamen. Todo el mundo se organiza y queda con los amigos para salir a correr, al menos tres días a la semana. Sales un día y al siguiente ya no puedes porque te viene fatal: “Uf, menudo lío tengo” , ”Hoy he quedado” o cualquier excusa parecida.
            Me troncho.
            En fin queridos amigos, bienvenidos a la rutina.          

LA TRAVESÍA

            Los acantilados de hielo azul, de una belleza extraordinaria, se perfilaban en el horizonte a la luz del amanecer. Una vez más se sintió cautivado por el paisaje, natural  y  salvaje. El silencio arrebatador, sólo roto por el ruido del paleo sobe el agua y por algún desprendimiento de hielo, era casi hipnótico. La mañana prometía buen tiempo, dentro de lo que cabe, por supuesto. El mercurio no había subido de los quince grados negativos desde hacía unos cuantos días. Pero al menos no había viento.
            Hacía una semana que navegaba en solitario dentro de su kayak. La embarcación, de cuatro metros y medio de eslora y apenas sesenta centímetros de manga, se veía insignificante en aquel entorno.
            Había pasado la noche en un enorme témpano de hielo al que había llegado la tarde anterior. La deriva de su islote flotante le había acercado durante la noche unas cuantas millas a su destino: los enormes acantilados que ahora veía cortando el horizonte a algo más de medio día de distancia. Cuando recaló en el iceberg no tenía ni idea de donde había decidido acampar, pero al inspeccionar los alrededores en busca de posibles depredadores inoportunos, descubrió la naturaleza del suelo que pisaba. En un principio no le pareció el lugar más idóneo para pasar la noche, pero una vez comprobado el rumbo del iceberg, coincidente con el suyo, decidió ahorrarse unas cuantas horas de paleo y aprovechar la deriva del enorme bloque de hielo.
            Descargó primero la pequeña tienda que portaba en el  tambucho de popa y se dispuso a instalarla en el lugar más protegido. La tienda era lo último en ligereza y resistencia, perfecta para travesías por zonas de clima extremo, como era el caso. Cuando terminó de instarla sonrió al ver como destacaba su color rojo chillón en el blanco azulado del témpano. Parecía una guinda sobre un merengue. Sacó la cámara de fotos del bolsillo superior derecho de su chaqueta y fotografió la escena. La oscuridad de la noche se iba adueñando del paisaje así que se apresuró a sacar de los tambuchos el resto del material de pernocta y los utensilios de cocina.
            La tienda, a pesar de su reducido tamaño tenia espacio suficiente para no dormir agobiado entre los bultos del equipaje. Se preparó una sopa caliente con la potente cocinilla de gas -también lo “último” en este tipo de accesorios- que acompañó con un contundente plato de judías. Se acostó pronto.
            Ahora, mientras navegaba en dirección a los acantilados, calculaba mentalmente las millas que se había ahorrado acampando “abordo” del iceberg. Al ritmo que navegaba seguramente llegaría antes de mediodía. Lo que le traía de cabeza era dónde desembarcar una vez llegara a su destino. Detuvo el kayak unos instantes, mientras observaba con los prismáticos los cada vez más cercanos acantilados. No divisaba ningún resquicio en los mismos. Tendría que costearlos hasta encontrar algún sitio donde poder desembarcar, Volvió a echar un vistazo con los prismáticos. Tanto hacia el norte como hacia el sur, las paredes de hielo se perdían en el horizonte. Se resignó. Seguramente habría que escalar sus heladas paredes si quería acceder a su cima y encontrar lo que andaba buscando…
           

miércoles, 6 de julio de 2011

NO SOPORTO LA BASURA EN EL CAMPO

            El sábado pasado por la mañana inicié, por fin, mi temporada de kayak.
            Me levanté temprano, a las 7:45. Tras el oportuno aseo y desayuno, me visto y preparo el kayak para cargarlo en el coche. A las 8:30 ya estaba en carretera, en dirección al pantano que hay cerca de casa y uno de los lugares donde suelo realizar mis actividades acuáticas.
            A las nueve de la mañana ya tenía el kayak en el agua. La zona donde embarco es una cómoda rampa, donde se entra y sale del agua con mucha facilidad y además está cerca del lugar donde aparco el coche, pero también es una zona donde las aguas arrastran toda la porquería que arrojan al pantano los “domingueros”. El sábado encontré litronas, vasos y botellas de plástico, zapatillas, flotadores, bolsas… un basurero vaya.
            Y si no es en el pantano es en el río o si no en cualquiera de los caminos que recorro con la bici. Me pongo malo cada vez que veo restos de botellones tirados por ahí. ¿Pero tanto cuesta recoger la basura y tirarla en algún contenedor o papelera? Si no les importa cargar con la bebida hasta el campo, que se lleven la basura igualmente. En mitad del campo no va a ir nadie a limpiar la basura y va a permanecer allí para los restos.
            A mi también me gustaba beberme unas litronas con los amigos, pero coño, al menos recogíamos la botella, aunque sólo fuera para que el bodeguero de turno nos diera algo de pasta por el “casco”.
            Afortunadamente todavía quedan lugares, que por su dificultad de acceso, siguen más o menos libres de porquería, porque esta gentuza suele ser bastante vaga por naturaleza y poco dada al esfuerzo, así que de momento estos lugares se ven libres de chusma y sus estragos.     
            En fin, que el campo no es de todos, no es lugar para que los imbéciles puedan hacer el gilipollas  y campar a sus anchas. Para eso mejor que se queden en su puta casa y se rodeen allí de mierda, que es dónde mejor se desenvuelven y más a gusto están y que dejen el campo tranquilo, que no es apto para este tipo de animales.
           
             

martes, 14 de junio de 2011

El ENIGMA DEL KANCHENGAN

   
               La noche les sorprendió en medio de una tormenta de nieve y a una altitud de más de siete mil metros. Enfundados en sus trajes de plumón y protegido el rostro con la capucha y las gafas de ventisca caminaban, o mejor dicho, se arrastraban por una peligrosa arista con una caída por ambos lados de más de mil metros.
            Los dos montañeros progresaban arista arriba debidamente encordados y a una distancia de tres metros uno del otro.  La arista terminaba en una falsa cima, situada a tan solo veinte metros de su posición. En la última hora apenas habían podido ascender treinta metros, el fuerte viento y la nevada hacía muy complicada la ascensión, pero si querían seguir vivos tendrían que darse prisa y llegar cuanto antes a la falsa cima donde podrían montar la tienda al resguardo de las rocas que conformaban el risco.
            La sensación térmica en ese momento debía andar cerca de los cuarenta grados bajo cero, así que si no espabilaban y se resguardaban pronto, sus posibilidades de supervivencia eran mínimas o más bien nulas.
            Conscientes de su situación los dos hombres apretaron el paso y se esforzaron al máximo para conseguir llegar hasta las rocas. La forma física de ambos era magnífica pero en esas condiciones hasta el mejor atleta sufría considerablemente.
            Cada paso que daban era un esfuerzo sobrehumano que tenían que acompañar con una pausa de al menos cuatro minutos, hasta que su corazón calmaba los galopantes latidos. Poco a poco se fueron acercando hasta el risco y por fin consiguieron alcanzarlo. Se resguardaron en la cara sur de la falsa cima, entre las rocas. No podían sacar la tienda debido al fuerte viento. Si lo hacían corrían el riesgo de perderla. Exploraron la zona buscando algún resquicio entre las rocas, donde resguardarse. Encontraron un hueco entre dos enormes rocas y sin pensárselo dos veces lo atravesaron. El hueco era muy estrecho. Se tuvieron que quitar las mochilas para poder pasar. Entró el primer montañero y el segundo le pasó las mochilas antes de entrar.
            Una vez dentro se tumbaron en el suelo durante unos largos minutos para recuperarse, mientras observaban su refugio y daban las gracias por la suerte que habían tenido de encontrarlo. Unos minutos más expuestos a las extremas condiciones del exterior y hubieran perecido. 
            El refugio tenía un tamaño aproximado de veinte metros cuadrados y una altura de tres. No era una cueva sino un hueco formado entre las rocas. Todos los resquicios estaban sellados con nieve por lo que el viento apenas se sentía en el interior.
            Uno de los montañeros se levantó y colocó su mochila en el hueco de entrada para aislar aun más el refugio. Su compañero mientras tanto escudriñaba el lugar, iluminando con su frontal.
            De repente detuvo el haz de su linterna sobre un bulto semioculto en la parte más profunda del refugio. Llamó a su compañero, todavía empeñado en taponar la entrada. Le señaló el bulto y ambos se acercaron a él. Era un cuerpo, o lo que quedaba de él. 
            Ambos se miraron sorprendidos. Se suponía que el kanchengan, la  montaña en la que se encontraban,  nunca se había intentado escalar con anterioridad, dada su enorme dificultad. Si al día siguiente conseguían subir a la cima principal, situada a unos cuatrocientos metros más arriba, serían los primeros en conseguir hollar su cima. O al menos eso era lo que se creía.
            Casi se había cumplido el año desde que los dos montañeros iniciaran las gestiones para solicitar los permisos necesarios para ascender esta montaña nepalí. El Kanchengan ni siquiera estaba en el catálogo de picos autorizados para su escalada, por lo que tuvieron que acudir a muchas puertas y suavizar los trámites con algunos dólares. Por fin tras dos meses de andanzas y con la promesa de contratar sherpas locales, consiguieron los permisos de escalada, no sin antes pagar por adelantado los salarios de los sherpas, debido a la poca confianza que tenían las autoridades en que los dos montañeros consiguieran regresar con vida.
            Ahora, que tras enormes dificultades se encontraban a pocos metros de alcanzar su objetivo, era posible que no fueran los primeros en ascender el Kanchengan. Les vino a la memoria el caso de Irvine y Mallory en el Everest.
            Dejando a un lado el horror que les producía tocar el cadáver, los montañeros lo examinaron detenidamente. Llevaba ropa y equipo de montaña muy antiguos. La ropa parecía formar parte de una especie de uniforme. En la chaqueta todavía se conservaban unos emblemas cosidos en las mangas y sobre el bolsillo superior derecho, en la parte delantera. Aquellos emblemas, a pesar de estar ajados y  descoloridos, les resultaban familiares.
        
             
           
           

viernes, 3 de junio de 2011

UNA AMIGA FIEL

             Desde mi más tierna infancia, o mejor dicho, desde que tengo uso de razón –estas dos circunstancias no siempre van unidas- mantengo una entrañable y fiel amistad, no con una persona, eso sería prácticamente imposible, lo de mantener una amistad con personas durante tantos años quiero decir. Insisto, mantengo una entrañable y fiel amistad con algo tan sencillo, o complicado, según se mire, con algo tan etéreo –no confundir con estéreo, aunque en este caso también sería  apropiado- tan inmaterial, como es la música.
            La música siempre me ha acompañado y me acompaña. Siempre ha estado y está ahí, como una amiga fiel, en los mejores y en los peores momentos. Siempre. No recuerdo haber pasado ni un solo día sin escuchar alguna melodía –esta última frase podría utilizarse perfectamente en la letra de una canción – Como decía, la música siempre está presente en mi vida, posiblemente venga de familia ya que mi padre como ya he contado en alguna ocasión se ganó la vida, en otros tiempos, con una guitarra a cuestas.
            La escucho prácticamente a todas horas, desde que me levanto hasta que me acuesto,  incluso cuando duermo.
            Me gusta. Me gusta casi de manera obsesiva. La escucho en el trabajo, en casa, cuando viajo, cuando salgo con la bici, cuando subo a la montaña, cuando remo con el kayak, cuando paseo...
            Escucho de todo, salvo excepciones por supuesto. Además la música es muy gratificante, sirve como anti-depresivo, sirve como estimulante, sirve para enamorar, sirve para desenamorar, sirve para amansar a las fieras, sirve para enfurecer a los mansos, sirve para cabrear al vecino, sirve para cabrearte con el vecino, sirve para aterrorizar, sirve para alegrar,… ah y también sirve para bailar.
            Creo que nunca se inventó nada tan barato y que sirva para tantas cosas, a excepción de la aspirina por supuesto.
            Se puede hacer sonar, se puede cantar, se puede acompañar. La música evoca situaciones, personas, momentos, lugares, te trae buenos recuerdos. No conozco a nadie que diga: “esta canción me trae malos recuerdos”, siempre es al contrario.  
            Es infinita, es para todos los gustos, para todas las razas, para todas las religiones,  es para todo tipo de personas, es para todo tipo de estados de ánimo, es para todas las edades, es para listos, es para menos listos, es para ellas, es para ellos.
            Si volviera a nacer, seguro que me dedicaría a la música. Dependiendo de la época en la que volviera a este mundo no sé si sería un trovador o un rockero, pero seguro que me ganaría la vida canturreando por ahí.
            La música ha significado y significa mucho para mí, pero sobre todo, la música es… una amiga fiel.

lunes, 23 de mayo de 2011

LOS FABULOSOS ´80

              Soy un convencido y reconocido “ochentero”.
            Aquella época fue una de las que más disfruté, o al menos la que seguramente disfruté  de forma más despreocupada,  por lo que la recuerdo con un enorme cariño. Parece mentira que ya hayan pasado tres décadas desde entonces.
            Entré en esa década con tan solo trece añitos, en plena adolescencia, y me despedí de ella con veintitrés.
             Fue una época de muchas inquietudes, tenía ganas de comerme el mundo, de hacer infinidad de cosas, de viajar por todo el planeta con una simple mochila, de emprender mil negocios, de participar en mil discusiones políticas, de comprometerme seriamente con mi ideología. Miles de ideas, miles de sueños,  que luego la vida, que a veces es muy perra, se encarga de joderte y devolverte a la cruda realidad. Pero por aquel entonces, bajo el prisma de la mirada de un adolescente, todo era posible, todo estaba por hacer y todo estaba por descubrir.  
            A principios de la década comencé a trabajar, por lo que ya contaba con independencia económica; bueno, más o menos, y la vida se hacía más fácil.             
            Aquellos años disfruté de mis primeras motos, mis primeras novias, mis primeros fracasos amorosos, mis primeras fiestas, mis primeros conciertos, mis primeros viajes sin la familia, mis primeras acampadas,  el carnet de conducir, el primer coche, de segunda o tercera mano por supuesto, los carnavales en la plaza Mayor, el mundial de fútbol, con Naranjito a la cabeza, las clases en el instituto, los primeros suspensos, las primeras “pellas”, los primeros cigarrillos, las primeras litronas, los primeros calimochos… en fin, ¡qué recuerdos!.
            Los conciertos proliferaban por doquier. Surgieron infinidad de grupos con mayor o menor éxito. Algunos de aquellas bandas todavía triunfan en la actualidad, treinta años después.      No eran ni mejores ni peores que los grupos actuales, simplemente surgieron con unos estilos y tendencias desconocidos por aquel entonces y tuvieron enorme aceptación. Ahí han quedado temas como La chica de ayer, Déjame, A quien le importa, Al calor del amor en un bar, Cien gaviotas, Sufre mamón, Escuela de Calor, Lobo hombre en París, Mi agüita amarilla… la lista es interminable. Y que decir de la música que venía de fuera: Every breath you take, Brothers in arms, Time after time, Tarzan Boy, Karma Chameleon, Sweet dreams, Relax. Thriller, With or without you, Voyage voyage, por citar algunos.                        
            Todavía recuerdo algunas de las películas que se estrenaron con mayor o menor éxito: Regreso al futuro, Indiana Jones, Top Gun, Rocky, Rambo, Los Goonies, La Guerra de las Galaxias, E.T., Poltergeist, Los Inmortales, etcétera, etcétera.
            En los dos únicos canales de la tele veíamos series y programas como La bola de cristal, Aplauso, El coche fantástico, Verano azul, Dragones y Mazmorras, Un hombre en casa y los Roper, Un, dos, tres, La segunda oportunidad, Trescientos millones…
            Aquella década fue la de mi adolescencia y creo que fue una década  irrepetible en muchos sentidos.
           
            Los de mi edad saben de qué hablo.           

viernes, 20 de mayo de 2011

¿CÓMO ACABARÁ TODO ESTO?

             Me dan ganas de coger la mochila y el saco de dormir y plantarme en la Puerta del Sol de Madrid junto con el resto de gente que lleva allí varios días. O en la plaza de mi pueblo. El sitio es lo de menos, el caso es que se me vea y se me oiga.
            Somos un país de subvencionados, subsidiados, sumisos, conformistas, comodones, y muy de mirar para otro lado. Pero claro, llega un momento en que uno tiene que decidir si le sigue haciendo el juego a los de siempre  o si los manda a tomar por culo y tira por el camino de en medio con todas las consecuencias.
            Pues parece ser que algo se está moviendo, que ha llegado el momento de decir “se acabó”, que estamos hartos de sufrir y consentir el despilfarro, las corrupciones, la incompetencia, la indecencia, la irresponsabilidad,  etcétera y más etcéteras,  de la clase política -del color que sea-  y de la clase empresarial.
            En este país la vida nos ha cambiado mucho a la inmensa mayoría, nuestro poder adquisitivo a descendido en los últimos años para situarnos en posiciones económicas de hace décadas. Pero ojo, sólo para la clase trabajadora, porque a los que dirigen el cotarro, tanto políticos como empresarios, a esos la vida nunca les cambia y en cualquier caso sería para mejor.
            No me imagino a ningún miembro de esa ralea mirando su cuenta a mitad de mes para ver como anda el saldo.
            Como todo en la vida, supongo que habrá honrosas excepciones, pero deben ser meramente anecdóticas.
            Tampoco me imagino a la clase dirigente, política o empresarial, manifestándose por la calle reivindicando mejoras salariales o mejoras en sus derechos, no les hace falta, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.
            Si me los puedo imaginar reunidos en Puerto Banús, Sotogrande o La Moraleja decidiendo que medidas tomar en el próximo ejercicio para que sus resultados económicos y su estatus no se vean muy afectados por la crisis, aunque sea a costa del vulgo, o mejor dicho, a costa del vulgo:
            Que hay que despedir a media plantilla, pues se despide, que hay que bajar los sueldos, pues se bajan, que hay que subir la luz, el gas, etcétera, pues se sube, que hay que subir el ibi, el iva o lo que sea,  pues se sube. El caso es no dejar de ganar dinerito ni descender un ápice su inmejorable nivel de vida.
            Una cosa que nunca he entendido es cómo puede dormir tranquilo un tipo que amarga y arruina la vida de otras personas, poniéndolos de patitas en la calle, perdón, por reducir costes diría él, que a fin de cuentas es lo único que somos para los empresarios, costes, costes prescindibles,   por el mero hecho de redondear su balance y no dejar de ganar demasiado dinero, un dinero que no se va a gastar, un dinero que simplemente engordará su ya de por si considerable cuenta corriente.
            El dinero es fantástico, ¿a quien no le gusta? Pero no entiendo que haya personas cuyo único objetivo en la vida es acumular fortuna, arruinando a quien haga falta, una fortuna que no se podrían gastar ni en cien vidas.
            Tal vez haya llegado la hora de decir cuatro cosas, o haya llegado la hora de gritar simplemente:
                                                           “NO.  YA BASTA”.

martes, 19 de abril de 2011

SU PRIMER PEÑALARA

            Son las 6:45 horas de la mañana de un sábado. Suena mi despertador. Llevo un rato despierto. Estoy emocionado. Hoy voy a subir a la cumbre de Peñalara junto a mi hijo Javier.
            Peñalara es un pico por el que tengo especial cariño desde hace tiempo. Al cabo del año suelo subirlo unas cuantas veces. Pero esta vez es especial. Esta vez lo voy a subir junto a uno de mis hijos y la verdad es que significa mucho para mí y para él.
            Voy a la habitación de Javier y le encuentro despierto. Está nervioso y lleva un rato levantado, según me dice. Nos lavamos y nos vestimos en un periquete. Guardamos la comida y la bebida en las mochilas que ya tenemos preparadas desde anoche y las cargamos en el coche.   A las 7:10 salimos hacia la sierra.
            El camino hasta Cotos transcurre en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Los últimos kilómetros los dedica Javier a contemplar el bello paisaje serrano. Ya lo conoce, pero le ocurre como a mí. Por muchas veces que lo contemple cada vez me gusta más.
            A las 8:20 llegamos al aparcamiento de Cotos. A esa hora está prácticamente vacío. Hace frío. El termómetro del coche indica tres grados, y yo en pantalón corto. Menos mal que por lo menos me he traído el forro polar. Javier va bien abrigado, forro polar y chaleco de plumas. Comemos y bebemos algo antes de salir y a las 8:27 iniciamos la travesía.
            Comenzamos a subir por la pista hasta el mirador de La Gitana. Hacemos un alto para contemplar la sierra desde el mirador, entreteniéndonos con el reloj solar y la rueda cardinal. Seguimos por el camino que lleva al refugio de Zabala y a la cumbre. Atravesamos el bosque y comenzamos a subir las primeras rampas. Aflojo el ritmo para no cansar a Javier en los primeros kilómetros.
            El camino de las zetas es bastante cómodo, exceptuando alguna rampa importante, el resto es muy fácil.
            Empezamos a ver nieve en el camino, que entusiasma a Javier, que evidentemente pisotea sin compasión, en vez de esquivarla como hago yo.
            Llevamos hora y media y creo que es el momento de hacer una parada más larga que las anteriores. Ya hemos ganado bastante altura. Está muy nublado y hace bastante frío. Nos apartamos del camino y nos subimos a unas rocas para comer un bocadillo. Terminamos de comer y nos ponemos en marcha para no quedarnos fríos. Ya casi estamos llegando a la cuerda de Peñalara, dejamos atrás el camino de las zetas y cogemos el camino que nos llevará hasta la cima. Divisamos la cumbre de Hermana Mayor y la coronamos como aperitivo al premio gordo.
            Hemos superado la altura de las nubes que ahora están por debajo de nuestra posición. Aquí arriba está despejado y soleado.
            Ya se divisa la cumbre de Peñalara a lo lejos. Demasiado lejos según Javier que empieza a protestar, pero creo que es más de aburrimiento que de cansancio.
            Le digo que no podemos rajarnos, que ya no nos queda nada para llegar. Nos alcanzan otros montañeros que se sorprenden al ver a un niño por aquí. Le hacen algún comentario y esto hace que se envalentone. Me dice que cuando yo quiera podemos continuar. Nos ponemos en marcha. Para entretenerle nos acercamos al borde de los tubos o corredores que quedan a nuestra derecha, y le explico que por ahí es por donde subo con mis amigos en invierno. Todavía conservan bastante nieve. Siento un cosquilleo al verlos. Subir por los corredores o tubos es mucho más divertido. Javier se asoma a uno de ellos y me dice que él  nunca va a subir por allí. Ya me lo dirás dentro de unos años, pensé.
            Ya no queda nada para llegar. La cumbre está a tiro de piedra. Le digo a Javier que según la tradición, cuando se va en grupo hay que dejar llegar primero al miembro que nunca ha subido antes. Así que le cedo el paso en los últimos metros de ascensión, que la hacemos bordeando la cima y entrando por su cara norte.
            Por fin estamos en la cima, con un cielo despejado en la vertiente segoviana y nuboso en el lado madrileño. Entre las nubes asoman, enfrente,  las cumbres de Cabezas de Hierro y un poco más a la derecha La Bola del Mundo. Nos subimos al vértice geodésico y nos abrazamos. Me siento muy orgulloso de mi hijo. He subido este pico probablemente más de treinta veces,  pero esta es la ocasión más especial para mí por el hecho de haberlo subido con uno de mis hijos. En dos o tres años lo subiremos con Pablo, el pequeño de la familia.
            Hacemos unas cuantas fotos, damos buena cuenta del resto de la comida que nos ha preparado Beatriz y emprendemos el regreso. Javier ya no protesta en todo el camino de vuelta. El también está orgulloso por haber subido la cumbre más alta de Madrid. A sus ocho años ya se siente todo un montañero.
            Durante la bajada empezamos a planear la siguiente excursión, que procuraré sea más corta para que le vaya cogiendo gustillo a esto de la montaña. Nuestro próximo objetivo serán las cumbres de Siete Picos,… pero eso ya es otra historia.

martes, 12 de abril de 2011

UN DIA EN LAS CARRERAS

            Una de las cosas que a un servidor le hace feliz, muy feliz,  es compartir aficiones con la familia.
            El domingo pasado mi hijo mayor, que ya tiene ocho añazos -como pasa el tiempo- me acompañó a una marcha ciclista. Aunque a decir verdad fui yo el que le acompañó en una marcha ciclista, puesto que de los tres circuitos ofrecidos por la organización de Eduardo Chozas, íbamos a recorrer el de diez kilómetros, diseñado especialmente para los niños.
            Como a mí y a Gabi, que también nos acompañó, los diez kilómetros nos iban a saber a poco, decidimos ir desde nuestra localidad de residencia, hasta la localidad donde partía la marcha en nuestras MTB para, por lo menos, ganarnos la cervecita de medio día.
            Así que dicho y hecho, a las ocho de la mañana salíamos de Navalcarnero tomando el Carril del Valdeyeso en dirección a Aldea del Fresno. Ese mismo recorrido lo habíamos realizado el domingo pasado, de ida y de vuelta. En esta ocasión como solo lo íbamos a hacer en sentido ida pues le dimos un poco de caña, y en cuestión de hora y diez minutos recorrimos los cerca de veinticinco kilómetros hasta Aldea. 
            Una vez allí recogimos a mi hijo en casa de sus abuelos. El “enano” ya estaba preparado cuando llegué y nervioso por salir con la bici. Nos montamos los tres en las MTB y bajamos hasta la plaza desde donde partía la marcha.
            Llegamos a la plaza cerca de las nueve y media, una media hora antes de la salida. El ambiente era magnífico y eso que aún faltaban muchos participantes, como pudimos ver más tarde.
            Con orgullo paterno observaba al niño recorrer la plaza con su bici animado por el ambiente y con ganas  ya de empezar a dar pedales. Se le veía nerviosillo. Normal, era la primera vez que participaba en un evento parecido.
            Unos minutos antes de las diez, el spiker, Eduardo Chozas, nos dio una pequeña charla de cómo eran los recorridos en sus tres distintas categorías. Cuando terminó de describir el recorrido 1, el más largo, Gabi y yo nos miramos pensando “joder, y nos lo vamos a perder”. Pero en fin, habíamos venido a acompañar a Javier en su primera marcha ciclista, además ya nos habíamos hecho nuestra rutita por la mañana.
            Una vez acabada la locución de Eduardo nos colocamos dónde nos han explicado, es decir: el grupo 3, el de los niños, saldríamos los últimos, detrás de todos los demás.
            Comienza la marcha. Recorremos unas cuantas calles hacia el río Perales, en el extremo Este del pueblo. Pedaleamos por una amplia avenida paralela al río hasta el final de la misma, luego la recorremos en sentido contrario. La avenida empalma con un camino que nos lleva hasta la desembocadura del Perales en el Alberche y continuamos, ahora paralelos al Alberche. Atravesamos la zona de chiringuitos, atestados de gente a estas horas.
            Los niños se lo están pasando estupendamente. Se pican entre ellos, alguno se cae, se levanta y vuelve a correr como si nada. De vez en cuando la monitora que abre la marcha nos hace detener para agrupar de nuevo a todos los participantes. Seguimos la marcha. Se me acerca Gabi y me dice que ha pinchado la rueda de atrás. Nos detenemos a reparar la rueda mientras el grupo sigue, le comento a mi hijo que tenga cuidado y que en un rato estaremos otra vez con el grupo. Tardamos unos diez minutos en hacer el cambio de cámara. Emprendemos la marcha apretando el ritmo para poder reengancharnos al grupo. Nos han sacado bastante ventaja pero en unos minutos conseguimos alcanzarlos.
            El camino nos conduce de nuevo en dirección al pueblo. Un poco antes de llegar el grupo se detiene para esperar a la policía municipal que debe escoltarnos de nuevo hacia el punto de partida. Los niños ya están cansados, nerviosos y deseando llegar a la meta. Aunque no es una competición se miran unos a otros retándose. Por fin llega el coche de la policía y a instancias de los niños conectan la sirena durante unos segundos. El coche arranca y le seguimos por las calles del pueblo, hasta la plaza, punto de inicio y final del recorrido. Al llegar a la plaza, los mayores nos hacemos a un lado para no restar protagonismo a los chavales, que aceleran en el último tramo ante el clamor de familiares que allí se encuentran para recibirlos.
            Beatriz y Pablo nos esperan en la meta, jaleando a Javier cuando le ven aparecer. También nos esperan Amelia, Patricia y Gabi junior, la familia de mi amigo Gabi, que nos aclaman igualmente.
            Pablo mira orgulloso a Javier,  su hermano, con cierta envidia por no tener aún edad suficiente para acompañarle.
            Acabó la “carrera”. Ha sido una mañana magnífica. Sobre todo porque mi mujer y mis hijos, es decir, toda la familia, de una u otra manera, hemos compartido una de mis aficiones, y lo hemos pasado estupendamente.
            Espero que a mis hijos les haya “picado el gusanillo” de la bici y se animen a seguirme en alguna de mis aventuras.
            La semana que viene toca montaña, pretendo subir a Peñalara con Javier, pero eso ya es otra historia.

martes, 5 de abril de 2011

LA MÁQUINA DEL TIEMPO

        
            Como ya he dicho en alguna ocasión, no soy muy amigo de determinada tecnología, aunque al final claudico y la uso como todo el mundo. Pero dejémonos ya de tanto aparato con extrañas siglas que ni siquiera sabemos lo que significan: Ipad, Ipod, Iphone, Dvd, Mp4, Gps, etc. Lo que de verdad tienen que inventar, y seguro que sería un éxito de ventas, es una puñetera máquina del tiempo. Con eso si que íbamos a flipar.
            ¿A que sí, a que a todos nos gustaría viajar en el tiempo?, acercarnos a lugares y momentos claves de la historia, y no solo para intentar cambiarla, eso ya seria la hostia, simplemente para asistir aunque fuera de meros espectadores.
            O viajar hacia el futuro para ver que nos va a deparar la vida. Aunque a  mi viajar al futuro no me llama demasiado la atención, la verdad. Lo que realmente me gustaría es viajar hacia atrás, al pasado. Ya me dijo alguien una vez que yo he nacido en una época que no me corresponde, que hubiera hecho mejor papel en siglos pasados. Y tal vez tuviera razón porque hay un buen montón de episodios históricos en los que me hubiera gustado participar.
            Me hubiera encantado dejarme caer, después de asistir a la toma de Granada del mes de Enero, por las tabernas del puerto de Palos para palpar el ambientillo aquella primera semana de agosto de 1492. Aceptar la invitación a una ronda de los hermanos Pinzones, dejándome convencer para enrolarme en alguna de sus naves para viajar rumbo a lo desconocido con aquel iluminado genovés, o castellano, o mallorquín o portugués o catalán o lo que fuera.
            Me hubiera encantado disponer de esta maquinita para trasladarme a Tenochtitlan para echar una mano a Cortés en su huida de la ciudad aquella Noche Triste del 30 de Junio de 1520 cuando salió de allí cagando leches dejando atrás los tesoros que habían acumulado sus tropas los días previos.
            O regresar a las playas de Sanlúcar a bordo de la nao Victoria a las órdenes del señor Elcano, después de circunnavegar la tierra.
            O, con navaja de palmo y medio en mano, unirme a los madrileños para destripar gabachos en La Puerta del Sol aquel 2 de mayo de 1808 y arrimarme hasta el palacio de Grimaldi para cortarle los rizos, a la altura de la nuez, al Murat de los cojones. Y luego subir por la calle San Bernardo, esquivando mamelucos,  a echar una mano en el cuartel de Monteleón.
            O viajar al antiguo Egipto para aclarar de una puñetera vez como se construyeron las pirámides.
            O visitar la mítica ciudad de Petra en pleno apogeo Nabateo y contemplar como esculpieron sus fantásticos monumentos.
            O acompañar a Amundsen hasta las gélidas regiones antárticas y conseguir llegar hasta el mismo Polo Sur.         
            O haber estado junto a Mallory e Irvine en su  ascenso al Everest y averiguar por fin si consiguieron ser los primeros en pisar su cumbre.
           
             … y tantos y tantos viajes. Las posibilidades son infinitas.
           
             
                       
             
           
           
           
           


           
           


           

viernes, 25 de marzo de 2011

¿Disfrutar de la vida o verla pasar?

             Soy una persona muy desgraciada. Tengo la puñetera mala suerte de haber tenido unos padres que nunca han parado quietos, siempre les ha gustado y les sigue gustando meterse en distintos fregados. Y por desgracia yo he heredado esa maldición.
            Me gustaría ser como alguno de mis conocidos, que no tienen otra cosa que hacer que ir del trabajo a casa y de casa al trabajo. Sentarse en casa a ver la tele y poco más. Pues en el fondo les tengo envidia. Porque yo siempre ando metido en historias, ideadas por mí o ideadas por terceros, que al fin y al cabo viene a ser lo mismo.
            Y eso que como trabajador por cuenta ajena y padre de familia queda poco tiempo para aficiones o diversiones varias. Pues aún así no se como lo hago pero siempre estoy enfrascado en alguna historia.
            Cuando no me llaman para ir a montar en MTB me llaman para alguna salida montañera, o un partido de padel, o una travesía en kayak, o una barbacoa, o un cumpleaños, … o que se yo. Y si no me llama nadie soy yo el que busca cómplices para alguna de estas “aventuras”. Y si el tiempo no acompaña para realizar actividades al aire libre, me planto delante del portátil  a escribir en el blog o alguna página de esa novela que empecé a escribir hace un par de años y que nunca encuentro el momento de acabarla, o leer a alguno de mis escritores favoritos, o a tocar la guitarra, que ahora a mis cuarenta y tantos me he empeñado en aprender a tocar y conociéndome como me conozco aprenderé a hacerlo, seguro.
            A veces me puede el cansancio y me tiro en el sofá, al que abrazo con gusto, pero o bien me reclama la parienta, o los niños, o me acuerdo de algo que tengo pendiente, o empiezo a darle vueltas a alguna nueva ocurrencia … o que se yo. El caso es que no consigo hacerme amigo de mi sofá.
            A veces me gustaría ser de los que han optado por no dar más sentido a su existencia que quedarse contemplando como pasa la vida.
            En fin, que envidio a la gente que dice que se aburre, que no sabe qué hacer, porque a veces a mi también me apetecería sentarme a no hacer ni pensar nada.
            O igual no sirvo para eso, o igual es que me gusta disfrutar y vivir la vida y hacer o intentar hacer el mayor número de cosas porque en definitiva, la vida son solo cuatro días.