Me dan ganas de coger la mochila y el saco de dormir y plantarme en la Puerta del Sol de Madrid junto con el resto de gente que lleva allí varios días. O en la plaza de mi pueblo. El sitio es lo de menos, el caso es que se me vea y se me oiga.
Somos un país de subvencionados, subsidiados, sumisos, conformistas, comodones, y muy de mirar para otro lado. Pero claro, llega un momento en que uno tiene que decidir si le sigue haciendo el juego a los de siempre o si los manda a tomar por culo y tira por el camino de en medio con todas las consecuencias.
Pues parece ser que algo se está moviendo, que ha llegado el momento de decir “se acabó”, que estamos hartos de sufrir y consentir el despilfarro, las corrupciones, la incompetencia, la indecencia, la irresponsabilidad, etcétera y más etcéteras, de la clase política -del color que sea- y de la clase empresarial.
En este país la vida nos ha cambiado mucho a la inmensa mayoría, nuestro poder adquisitivo a descendido en los últimos años para situarnos en posiciones económicas de hace décadas. Pero ojo, sólo para la clase trabajadora, porque a los que dirigen el cotarro, tanto políticos como empresarios, a esos la vida nunca les cambia y en cualquier caso sería para mejor.
No me imagino a ningún miembro de esa ralea mirando su cuenta a mitad de mes para ver como anda el saldo.
Como todo en la vida, supongo que habrá honrosas excepciones, pero deben ser meramente anecdóticas.
Tampoco me imagino a la clase dirigente, política o empresarial, manifestándose por la calle reivindicando mejoras salariales o mejoras en sus derechos, no les hace falta, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.
Si me los puedo imaginar reunidos en Puerto Banús, Sotogrande o La Moraleja decidiendo que medidas tomar en el próximo ejercicio para que sus resultados económicos y su estatus no se vean muy afectados por la crisis, aunque sea a costa del vulgo, o mejor dicho, a costa del vulgo:
Que hay que despedir a media plantilla, pues se despide, que hay que bajar los sueldos, pues se bajan, que hay que subir la luz, el gas, etcétera, pues se sube, que hay que subir el ibi, el iva o lo que sea, pues se sube. El caso es no dejar de ganar dinerito ni descender un ápice su inmejorable nivel de vida.
Una cosa que nunca he entendido es cómo puede dormir tranquilo un tipo que amarga y arruina la vida de otras personas, poniéndolos de patitas en la calle, perdón, por reducir costes diría él, que a fin de cuentas es lo único que somos para los empresarios, costes, costes prescindibles, por el mero hecho de redondear su balance y no dejar de ganar demasiado dinero, un dinero que no se va a gastar, un dinero que simplemente engordará su ya de por si considerable cuenta corriente.
El dinero es fantástico, ¿a quien no le gusta? Pero no entiendo que haya personas cuyo único objetivo en la vida es acumular fortuna, arruinando a quien haga falta, una fortuna que no se podrían gastar ni en cien vidas.
Tal vez haya llegado la hora de decir cuatro cosas, o haya llegado la hora de gritar simplemente:
“NO. YA BASTA”.
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