jueves, 22 de septiembre de 2011

EL FINAL DEL VERANO


                         Ahora si que se acabó el verano. Adiós, hasta el año que viene. Y ya está aquí el otoño. Bienvenido. ¿Otra vez por aquí, como pasa el tiempo verdad? Si parece que fue ayer.       
            Ahora si que, afortunadamente, dejaremos de hablar de las magníficas vacaciones que hemos pasado,  para comenzar  a planificar las próximas, las de Navidad. Por supuesto, en breve empezaran los anuncios de lotería, juguetes, colonias, turrones… . Sin apenas tregua.
            Además, desde hace unos años, las estaciones se suceden sin apenas transición. Un día paseamos en bermudas y chanclas y al día siguiente botas y forro polar. Sin aclimatación ni hostias, que no están los tiempos para chorradas ni absurdas perdidas de tiempo. Y así ocurre, que en el mes de Septiembre te pillas unos catarros de cagarse. Por la mañana frío, a mediodía calor asfixiante, por la noche, como todavía duermes en bolas y sin edredón, porque mentalmente te niegas a aceptar que ya se ha acabado el verano, pasas un frío del carajo.
            En la tele, de un día para otro, deja de sonar Georgie Dann con sus choricitos parrilleros cocinados en su magnífica baaarbacooa  y dan paso al turrón mas caro del mundo, al calvo de la lotería, los “Supermegatransformes” o las “Nintendo 6D 16 válvulas GTI”.
            Yo creo que lo hacen para que no nos deprimamos, para que el cambio de: “¡Que bien me lo paso en vacaciones!”  a  “¡Joder, que rápido se me han pasado las vacaciones, si ya estoy otra vez en el curro!”  no nos afecte o nos afecte menos.
            El primer día de la vuelta al curro/cole todo el mundo echa mano de los calendarios en busca del puente perdido. Es graciosísimo: “A ver, si me cojo el día de la Inmaculada y empalmo con la Constitución, me marco un puente de órdago… O me pillo un día de asuntos propios que empalmando con el fin de semana y Santa Rita la Cantaora…voy a llamar a mi mujer para que no guarde los bañadores”.
            Para troncharse.
            También es tiempo de empezar a bajar esos kilitos que nos trajimos de las vacaciones, incomprensiblemente por cierto: “Si este verano me he cuidado un montón”. Claro, nunca contabilizamos las dieciséis arrobas de cerveza que nos hemos metido al cuerpo. Todo el mundo se apunta al gimnasio, a correr, a las dietas Duncan Dhu o como se llamen. Todo el mundo se organiza y queda con los amigos para salir a correr, al menos tres días a la semana. Sales un día y al siguiente ya no puedes porque te viene fatal: “Uf, menudo lío tengo” , ”Hoy he quedado” o cualquier excusa parecida.
            Me troncho.
            En fin queridos amigos, bienvenidos a la rutina.          

LA TRAVESÍA

            Los acantilados de hielo azul, de una belleza extraordinaria, se perfilaban en el horizonte a la luz del amanecer. Una vez más se sintió cautivado por el paisaje, natural  y  salvaje. El silencio arrebatador, sólo roto por el ruido del paleo sobe el agua y por algún desprendimiento de hielo, era casi hipnótico. La mañana prometía buen tiempo, dentro de lo que cabe, por supuesto. El mercurio no había subido de los quince grados negativos desde hacía unos cuantos días. Pero al menos no había viento.
            Hacía una semana que navegaba en solitario dentro de su kayak. La embarcación, de cuatro metros y medio de eslora y apenas sesenta centímetros de manga, se veía insignificante en aquel entorno.
            Había pasado la noche en un enorme témpano de hielo al que había llegado la tarde anterior. La deriva de su islote flotante le había acercado durante la noche unas cuantas millas a su destino: los enormes acantilados que ahora veía cortando el horizonte a algo más de medio día de distancia. Cuando recaló en el iceberg no tenía ni idea de donde había decidido acampar, pero al inspeccionar los alrededores en busca de posibles depredadores inoportunos, descubrió la naturaleza del suelo que pisaba. En un principio no le pareció el lugar más idóneo para pasar la noche, pero una vez comprobado el rumbo del iceberg, coincidente con el suyo, decidió ahorrarse unas cuantas horas de paleo y aprovechar la deriva del enorme bloque de hielo.
            Descargó primero la pequeña tienda que portaba en el  tambucho de popa y se dispuso a instalarla en el lugar más protegido. La tienda era lo último en ligereza y resistencia, perfecta para travesías por zonas de clima extremo, como era el caso. Cuando terminó de instarla sonrió al ver como destacaba su color rojo chillón en el blanco azulado del témpano. Parecía una guinda sobre un merengue. Sacó la cámara de fotos del bolsillo superior derecho de su chaqueta y fotografió la escena. La oscuridad de la noche se iba adueñando del paisaje así que se apresuró a sacar de los tambuchos el resto del material de pernocta y los utensilios de cocina.
            La tienda, a pesar de su reducido tamaño tenia espacio suficiente para no dormir agobiado entre los bultos del equipaje. Se preparó una sopa caliente con la potente cocinilla de gas -también lo “último” en este tipo de accesorios- que acompañó con un contundente plato de judías. Se acostó pronto.
            Ahora, mientras navegaba en dirección a los acantilados, calculaba mentalmente las millas que se había ahorrado acampando “abordo” del iceberg. Al ritmo que navegaba seguramente llegaría antes de mediodía. Lo que le traía de cabeza era dónde desembarcar una vez llegara a su destino. Detuvo el kayak unos instantes, mientras observaba con los prismáticos los cada vez más cercanos acantilados. No divisaba ningún resquicio en los mismos. Tendría que costearlos hasta encontrar algún sitio donde poder desembarcar, Volvió a echar un vistazo con los prismáticos. Tanto hacia el norte como hacia el sur, las paredes de hielo se perdían en el horizonte. Se resignó. Seguramente habría que escalar sus heladas paredes si quería acceder a su cima y encontrar lo que andaba buscando…