Los acantilados de hielo azul, de una belleza extraordinaria, se perfilaban en el horizonte a la luz del amanecer. Una vez más se sintió cautivado por el paisaje, natural y salvaje. El silencio arrebatador, sólo roto por el ruido del paleo sobe el agua y por algún desprendimiento de hielo, era casi hipnótico. La mañana prometía buen tiempo, dentro de lo que cabe, por supuesto. El mercurio no había subido de los quince grados negativos desde hacía unos cuantos días. Pero al menos no había viento.
Hacía una semana que navegaba en solitario dentro de su kayak. La embarcación, de cuatro metros y medio de eslora y apenas sesenta centímetros de manga, se veía insignificante en aquel entorno.
Había pasado la noche en un enorme témpano de hielo al que había llegado la tarde anterior. La deriva de su islote flotante le había acercado durante la noche unas cuantas millas a su destino: los enormes acantilados que ahora veía cortando el horizonte a algo más de medio día de distancia. Cuando recaló en el iceberg no tenía ni idea de donde había decidido acampar, pero al inspeccionar los alrededores en busca de posibles depredadores inoportunos, descubrió la naturaleza del suelo que pisaba. En un principio no le pareció el lugar más idóneo para pasar la noche, pero una vez comprobado el rumbo del iceberg, coincidente con el suyo, decidió ahorrarse unas cuantas horas de paleo y aprovechar la deriva del enorme bloque de hielo.
Descargó primero la pequeña tienda que portaba en el tambucho de popa y se dispuso a instalarla en el lugar más protegido. La tienda era lo último en ligereza y resistencia, perfecta para travesías por zonas de clima extremo, como era el caso. Cuando terminó de instarla sonrió al ver como destacaba su color rojo chillón en el blanco azulado del témpano. Parecía una guinda sobre un merengue. Sacó la cámara de fotos del bolsillo superior derecho de su chaqueta y fotografió la escena. La oscuridad de la noche se iba adueñando del paisaje así que se apresuró a sacar de los tambuchos el resto del material de pernocta y los utensilios de cocina.
La tienda, a pesar de su reducido tamaño tenia espacio suficiente para no dormir agobiado entre los bultos del equipaje. Se preparó una sopa caliente con la potente cocinilla de gas -también lo “último” en este tipo de accesorios- que acompañó con un contundente plato de judías. Se acostó pronto.
Ahora, mientras navegaba en dirección a los acantilados, calculaba mentalmente las millas que se había ahorrado acampando “abordo” del iceberg. Al ritmo que navegaba seguramente llegaría antes de mediodía. Lo que le traía de cabeza era dónde desembarcar una vez llegara a su destino. Detuvo el kayak unos instantes, mientras observaba con los prismáticos los cada vez más cercanos acantilados. No divisaba ningún resquicio en los mismos. Tendría que costearlos hasta encontrar algún sitio donde poder desembarcar, Volvió a echar un vistazo con los prismáticos. Tanto hacia el norte como hacia el sur, las paredes de hielo se perdían en el horizonte. Se resignó. Seguramente habría que escalar sus heladas paredes si quería acceder a su cima y encontrar lo que andaba buscando…
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