martes, 19 de abril de 2011

SU PRIMER PEÑALARA

            Son las 6:45 horas de la mañana de un sábado. Suena mi despertador. Llevo un rato despierto. Estoy emocionado. Hoy voy a subir a la cumbre de Peñalara junto a mi hijo Javier.
            Peñalara es un pico por el que tengo especial cariño desde hace tiempo. Al cabo del año suelo subirlo unas cuantas veces. Pero esta vez es especial. Esta vez lo voy a subir junto a uno de mis hijos y la verdad es que significa mucho para mí y para él.
            Voy a la habitación de Javier y le encuentro despierto. Está nervioso y lleva un rato levantado, según me dice. Nos lavamos y nos vestimos en un periquete. Guardamos la comida y la bebida en las mochilas que ya tenemos preparadas desde anoche y las cargamos en el coche.   A las 7:10 salimos hacia la sierra.
            El camino hasta Cotos transcurre en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Los últimos kilómetros los dedica Javier a contemplar el bello paisaje serrano. Ya lo conoce, pero le ocurre como a mí. Por muchas veces que lo contemple cada vez me gusta más.
            A las 8:20 llegamos al aparcamiento de Cotos. A esa hora está prácticamente vacío. Hace frío. El termómetro del coche indica tres grados, y yo en pantalón corto. Menos mal que por lo menos me he traído el forro polar. Javier va bien abrigado, forro polar y chaleco de plumas. Comemos y bebemos algo antes de salir y a las 8:27 iniciamos la travesía.
            Comenzamos a subir por la pista hasta el mirador de La Gitana. Hacemos un alto para contemplar la sierra desde el mirador, entreteniéndonos con el reloj solar y la rueda cardinal. Seguimos por el camino que lleva al refugio de Zabala y a la cumbre. Atravesamos el bosque y comenzamos a subir las primeras rampas. Aflojo el ritmo para no cansar a Javier en los primeros kilómetros.
            El camino de las zetas es bastante cómodo, exceptuando alguna rampa importante, el resto es muy fácil.
            Empezamos a ver nieve en el camino, que entusiasma a Javier, que evidentemente pisotea sin compasión, en vez de esquivarla como hago yo.
            Llevamos hora y media y creo que es el momento de hacer una parada más larga que las anteriores. Ya hemos ganado bastante altura. Está muy nublado y hace bastante frío. Nos apartamos del camino y nos subimos a unas rocas para comer un bocadillo. Terminamos de comer y nos ponemos en marcha para no quedarnos fríos. Ya casi estamos llegando a la cuerda de Peñalara, dejamos atrás el camino de las zetas y cogemos el camino que nos llevará hasta la cima. Divisamos la cumbre de Hermana Mayor y la coronamos como aperitivo al premio gordo.
            Hemos superado la altura de las nubes que ahora están por debajo de nuestra posición. Aquí arriba está despejado y soleado.
            Ya se divisa la cumbre de Peñalara a lo lejos. Demasiado lejos según Javier que empieza a protestar, pero creo que es más de aburrimiento que de cansancio.
            Le digo que no podemos rajarnos, que ya no nos queda nada para llegar. Nos alcanzan otros montañeros que se sorprenden al ver a un niño por aquí. Le hacen algún comentario y esto hace que se envalentone. Me dice que cuando yo quiera podemos continuar. Nos ponemos en marcha. Para entretenerle nos acercamos al borde de los tubos o corredores que quedan a nuestra derecha, y le explico que por ahí es por donde subo con mis amigos en invierno. Todavía conservan bastante nieve. Siento un cosquilleo al verlos. Subir por los corredores o tubos es mucho más divertido. Javier se asoma a uno de ellos y me dice que él  nunca va a subir por allí. Ya me lo dirás dentro de unos años, pensé.
            Ya no queda nada para llegar. La cumbre está a tiro de piedra. Le digo a Javier que según la tradición, cuando se va en grupo hay que dejar llegar primero al miembro que nunca ha subido antes. Así que le cedo el paso en los últimos metros de ascensión, que la hacemos bordeando la cima y entrando por su cara norte.
            Por fin estamos en la cima, con un cielo despejado en la vertiente segoviana y nuboso en el lado madrileño. Entre las nubes asoman, enfrente,  las cumbres de Cabezas de Hierro y un poco más a la derecha La Bola del Mundo. Nos subimos al vértice geodésico y nos abrazamos. Me siento muy orgulloso de mi hijo. He subido este pico probablemente más de treinta veces,  pero esta es la ocasión más especial para mí por el hecho de haberlo subido con uno de mis hijos. En dos o tres años lo subiremos con Pablo, el pequeño de la familia.
            Hacemos unas cuantas fotos, damos buena cuenta del resto de la comida que nos ha preparado Beatriz y emprendemos el regreso. Javier ya no protesta en todo el camino de vuelta. El también está orgulloso por haber subido la cumbre más alta de Madrid. A sus ocho años ya se siente todo un montañero.
            Durante la bajada empezamos a planear la siguiente excursión, que procuraré sea más corta para que le vaya cogiendo gustillo a esto de la montaña. Nuestro próximo objetivo serán las cumbres de Siete Picos,… pero eso ya es otra historia.

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