Una de las cosas que a un servidor le hace feliz, muy feliz, es compartir aficiones con la familia.
El domingo pasado mi hijo mayor, que ya tiene ocho añazos -como pasa el tiempo- me acompañó a una marcha ciclista. Aunque a decir verdad fui yo el que le acompañó en una marcha ciclista, puesto que de los tres circuitos ofrecidos por la organización de Eduardo Chozas, íbamos a recorrer el de diez kilómetros, diseñado especialmente para los niños.
Como a mí y a Gabi, que también nos acompañó, los diez kilómetros nos iban a saber a poco, decidimos ir desde nuestra localidad de residencia, hasta la localidad donde partía la marcha en nuestras MTB para, por lo menos, ganarnos la cervecita de medio día.
Así que dicho y hecho, a las ocho de la mañana salíamos de Navalcarnero tomando el Carril del Valdeyeso en dirección a Aldea del Fresno. Ese mismo recorrido lo habíamos realizado el domingo pasado, de ida y de vuelta. En esta ocasión como solo lo íbamos a hacer en sentido ida pues le dimos un poco de caña, y en cuestión de hora y diez minutos recorrimos los cerca de veinticinco kilómetros hasta Aldea.
Una vez allí recogimos a mi hijo en casa de sus abuelos. El “enano” ya estaba preparado cuando llegué y nervioso por salir con la bici. Nos montamos los tres en las MTB y bajamos hasta la plaza desde donde partía la marcha.
Llegamos a la plaza cerca de las nueve y media, una media hora antes de la salida. El ambiente era magnífico y eso que aún faltaban muchos participantes, como pudimos ver más tarde.
Con orgullo paterno observaba al niño recorrer la plaza con su bici animado por el ambiente y con ganas ya de empezar a dar pedales. Se le veía nerviosillo. Normal, era la primera vez que participaba en un evento parecido.
Unos minutos antes de las diez, el spiker, Eduardo Chozas, nos dio una pequeña charla de cómo eran los recorridos en sus tres distintas categorías. Cuando terminó de describir el recorrido 1, el más largo, Gabi y yo nos miramos pensando “joder, y nos lo vamos a perder”. Pero en fin, habíamos venido a acompañar a Javier en su primera marcha ciclista, además ya nos habíamos hecho nuestra rutita por la mañana.
Una vez acabada la locución de Eduardo nos colocamos dónde nos han explicado, es decir: el grupo 3, el de los niños, saldríamos los últimos, detrás de todos los demás.
Comienza la marcha. Recorremos unas cuantas calles hacia el río Perales, en el extremo Este del pueblo. Pedaleamos por una amplia avenida paralela al río hasta el final de la misma, luego la recorremos en sentido contrario. La avenida empalma con un camino que nos lleva hasta la desembocadura del Perales en el Alberche y continuamos, ahora paralelos al Alberche. Atravesamos la zona de chiringuitos, atestados de gente a estas horas.
Los niños se lo están pasando estupendamente. Se pican entre ellos, alguno se cae, se levanta y vuelve a correr como si nada. De vez en cuando la monitora que abre la marcha nos hace detener para agrupar de nuevo a todos los participantes. Seguimos la marcha. Se me acerca Gabi y me dice que ha pinchado la rueda de atrás. Nos detenemos a reparar la rueda mientras el grupo sigue, le comento a mi hijo que tenga cuidado y que en un rato estaremos otra vez con el grupo. Tardamos unos diez minutos en hacer el cambio de cámara. Emprendemos la marcha apretando el ritmo para poder reengancharnos al grupo. Nos han sacado bastante ventaja pero en unos minutos conseguimos alcanzarlos.
El camino nos conduce de nuevo en dirección al pueblo. Un poco antes de llegar el grupo se detiene para esperar a la policía municipal que debe escoltarnos de nuevo hacia el punto de partida. Los niños ya están cansados, nerviosos y deseando llegar a la meta. Aunque no es una competición se miran unos a otros retándose. Por fin llega el coche de la policía y a instancias de los niños conectan la sirena durante unos segundos. El coche arranca y le seguimos por las calles del pueblo, hasta la plaza, punto de inicio y final del recorrido. Al llegar a la plaza, los mayores nos hacemos a un lado para no restar protagonismo a los chavales, que aceleran en el último tramo ante el clamor de familiares que allí se encuentran para recibirlos.
Beatriz y Pablo nos esperan en la meta, jaleando a Javier cuando le ven aparecer. También nos esperan Amelia, Patricia y Gabi junior, la familia de mi amigo Gabi, que nos aclaman igualmente.
Pablo mira orgulloso a Javier, su hermano, con cierta envidia por no tener aún edad suficiente para acompañarle.
Acabó la “carrera”. Ha sido una mañana magnífica. Sobre todo porque mi mujer y mis hijos, es decir, toda la familia, de una u otra manera, hemos compartido una de mis aficiones, y lo hemos pasado estupendamente.
Espero que a mis hijos les haya “picado el gusanillo” de la bici y se animen a seguirme en alguna de mis aventuras.
La semana que viene toca montaña, pretendo subir a Peñalara con Javier, pero eso ya es otra historia.
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