miércoles, 23 de febrero de 2011

Monte Perdido en solitario (parte II)

                 A las siete en punto, la hora prevista para empezar el día, se presenta el agente forestal indicando a todos los que hemos plantado tienda que la quitemos. En los alrededores de Goriz no se puede acampar. Te dejan pernoctar con tienda con la condición de que la retires en cuanto amanezca. Otras veces he dejado la tienda instalada durante el día y no me han dicho nada.
            En fin, como uno es un estricto cumplidor de la ley, saco mis cosas de la tienda y la desmonto con resignación. No me apetece nada, hoy me encuentro casi más cansado que el día anterior. He dormido poco. El terreno sobre el que planté ayer la tienda esta inclinado y me ha costado coger la postura para dormir. Además, anoche cuando empezaba a coger el sueño, llegaron unos franceses y montaron su tienda detrás de la mía. Los muy canallas estuvieron un buen rato armando jaleo hasta que por fin se recogieron.
            Guardo mis cosas en la mochila y me voy al refugio a desayunar. Allí alquilo una taquilla y dejo el material de pernocta y parte de la ropa que llevo. Todo eso no me hace falta para subir a la cumbre del Perdido. Después del desayuno entro en la pestilente caseta/w.c. a lavarme y coger agua. Antes de las ocho, junto a un buen mogollón de gente, emprendo el ascenso.
            Ya me encuentro mucho mejor y con las pilas cargadas después de desayunar. Emprendo las primeras rampas a buen ritmo, unido a la caravana de gente que sube hasta la cima. Parece que no avanzo nada pero miro hacia abajo y el refugio ya queda lejos. Ayer pregunté a la gente que bajaba de la cima lo que se tarda en subir desde Goríz a la cumbre y unos me dijeron que un par de horas, otros cuatro, tres. Yo desde luego me lo voy a tomar con calma. La ventaja de ir solo es que puedo hacer las paradas que quiera, cuando quiera y donde quiera. De hecho, cuando acabo de salvar las primeras rampas hago un pequeño descanso. El sol hace acto de presencia y empieza a calentar con fuerza. Me despojo del chaleco polar y lo guardo en la mochila. Sigo la ascensión unido a un nuevo grupo. El paisaje parece lunar. Absolutamente despojado de vegetación y piedras y más piedras. Una hora más tarde empieza a chispear y refresca. Veo que la caravana se divide. Unos cogen un camino que asciende hacia unas paredes justo enfrente de donde me encuentro y otros cogen un camino más llano pero parece más largo. Decido subir hacia las paredes.
            Un rato largo más tarde me encuentro al pié de las paredes. Empieza a llover con más intensidad y el camino se vuelve peligroso, las piedras están muy resbaladizas. Aquí una caía puede ser muy chunga. Me estoy empezando a arrepentir de haber cogido este camino. Me resguardo bajo la pared de la lluvia, junto a otros montañeros. Cuando escampa salimos todos de nuevo, recomendándonos precaución unos a otros.
            Por fin consigo salir de esta zona y me siento aliviado. El tener que caminar extremando las precauciones es agotador. Ahora el camino parece más sencillo y voy recuperándome. Me uno a una pareja de catalanes que llevan un buen ritmo. Nos ayudamos mutuamente en un paso complicado y seguimos la marcha. Ya falta poco para llegar a la laguna al pie del Cilindro, otro de las cumbres emblemáticas de la zona, justo enfrente de Monte Perdido. Los catalanes llevan un ritmo que no puedo seguir y decido aflojar e ir a mi aire. Llego a la laguna y observo a mi derecha la larga subida hasta la cumbre del Perdido, “La Escupidera”. Es larguísima y muy inclinada. Ya estoy muy cansado y solo de pensar que tengo que subir eso me desmoraliza. Me quito la mochila y me tumbo a descansar. Saco unas cuantas nueces y pasas y me doy un atracón. Echo un par de tragos de agua y ya me encuentro mucho mejor. Me levanto y vuelvo a unirme a los que suben.
            La zona de “La Escupidera” es la que ostenta el triste record de muertes de todo el Pirineo. En invierno, un resbalón aquí es casi una muerte segura si no consigues detenerte antes de caer al vacío. Ahora en verano me parece una auténtica putada subir este pedregal. Das dos pasos y retrocedes uno. La piedra está muy suelta. El camino sube zigzagueando y parece que no avanzas nada, pero miras hacia abajo y te das cuenta del desnivel salvado en poco rato.
            La tremenda cuesta acaba en un collado a pocos minutos ya de la cumbre. Hago un breve descanso. Me pongo el chaleco polar porque la temperatura ha bajado considerablemente. Vuelvo a colocarme la mochila y emprendo el último tramo hasta la cumbre. Desde hace rato me voy cruzando con gente que baja ya de la cumbre. Me dan un poco de envidia. Estoy muy cansado ya y deseando llegar.
            Un poco más tarde corono la deseada cumbre de Monte Perdido. La sensación es increíble. Después de años deseando subir, por fin lo he conseguido. Hace frío pero no me importa. Me recreo con las vistas. El valle de Ordesa, el Cañón de Añisclo, el valle de Pineta, la cumbre del Cilindro … La panorámica es increíble. Ahora no me importa ni el frío ni el cansancio. He cumplido con un sueño.
            Cuando se pasa el subidón y los niveles de adrenalina vuelven a su sitio me refugio en una especie de vivac circular hecho con piedras. Allí se encuentran cinco o seis montañeros con las mismas caras de flipados que yo. Intercambiamos enhorabuenas y la comida. Alguien saca un paquete de tabaco y ofrece. La mayoría aceptamos. Nos lo hemos ganado.
            Ahora toca hacer las fotos que inmortalicen tan memorable ocasión. Le paso mi cámara a otro montañero y me hace unas cuantas, desde diversos ángulos. Cuando acaba me pasa su cámara y hago lo mismo.
            Recojo mis cosas, me cargo la mochila y emprendo el regreso hacia Goriz, con cierta tristeza.
            Inicio el camino de regreso junto a una pareja de franceses. Ninguno de los dos habla español y el francés que aprendí en el colegio está un poco oxidado. Finalmente conseguimos entendernos en inglés mezclado con algo de francés.
            Llegamos a “La Escupidera”. No se que es peor, si bajarla o subirla. De repente veo a un “chalao” que baja brincando la empinada cuesta ante la mirada atónita del resto. Como tropiece se va a meter una hostia tremenda y entonces si que va a llegar a Goriz cagando leches, pero en varios trocitos, pienso. Pero el muy cabrón consigue llegar abajo sin caerse, y en pocos minutos. Nosotros tardamos un poco más, pero hemos  corrido menos riesgo.
            La bajada cunde más y en poco tiempo hemos recorrido la mitad del camino. Llegamos a un paso delicado que no había hecho a la ida, por lo menos no me suena de nada. Hay que cruzar una estrecha cornisa colgada sobre un precipicio de varios metros. Da un poco de canguelo pero no queda otra. Soy el último en cruzar. Me meto en la cornisa, inclinándome todo lo que puedo hacia la pared, al lado contrario del precipicio y me agarro a todo lo que puedo. Son unos pocos metros que se hacen interminables. Cuando llego al otro lado respiro aliviado.
            Un poco más adelante nos paramos a descansar y comer algo. Lo hacemos junto a un arroyo. Nos descalzamos y metemos los pies en el agua. Está fría de cojones pero es una sensación agradable después de andar todo el día con las botas.
            Con una pereza horrible me vuelvo a calzar las botas y prosigo la marcha. Ya debemos estar a menos de una hora del refugio. Ya se ve a lo lejos. El francés sale corriendo imitando al tipo que vimos en “La Escupidera” dejando a la parienta conmigo. Estaría cojonudo que se pegara la hostia a quince minutos del refugio. El sabrá lo que hace. Yo mientras tranquilito hasta el refugio y de palique con la gabacha.
            Llegamos a la puerta del refugio y el franchute tuvo la gentileza de esperarnos con una par de cervezas en la mano, todo un detalle. Nos pimplamos una ronda más y me despedí. Recogí el material de pernocta de la taquilla y me fui a montar el campamento. Los franceses aparecieron al rato y montaron su tienda cerca de la mía. Una vez instalados se acercaron a mi tienda y me preguntaron si quería cenar con ellos en el refugio. Acepté encantado.
            Cuando sonó la campana del segundo turno de cenas cerramos las tiendas y entramos en el refugio.  Charlamos durante la cena de viajes y montaña. La francesa me pidió que le explicara como se preparaba una sangría.  ¡Qué típico! ¿por qué se piensan los “guiris” que todos los españoles tenemos que saber de toros, paellas, sangrías, flamenco …? Tuvo suerte la gavacha porque un servidor prepara unas sangrías de gourmet. Después de la cena nos tomamos unos güisquitos que terminamos de bebernos en las tiendas porque los guardas del refugio nos invitaron a abandonarlo dada la hora tan intempestiva. Nueve de la noche, creo recordar.
            Al día siguiente la pareja francesa marchaba hacia Bujaruelo. Me sugirieron acompañarlos pero yo ya había decidido regresar a casa. Aunque me apetecía subir hasta la brecha de Roland y cruzar al circo de Gavarnie, no me sentía con fuerzas, así que decidí regresar a casa.
            La bajada hasta Torla, donde tenía aparcado el coche, la hice junto a un tipo muy curioso. Le había visto por los alrededores del refugio.  Según comentaba la gente había subido y bajado a Monte Perdido en un tiempo record, menos de la mitad del tiempo que yo invertí en hacerlo, y la verdad es que viendo como se desenvolvía por aquellos andurriales era perfectamente creíble. Según me comentó durante la larga bajada hasta Torla llevaba una semana dando brincos por allí, de refugio en refugio o vivaqueando. Por curiosidad levanté su mochila para comprobar el peso y era una pluma. Me dijo que llevaba lo justo para una semana, una par de camisetas y un par de mallas, chubasquero, saco de dormir y poco más. Y yo como un gilipollas cargando media casa a la espalda. Nunca aprenderé.
            Llegamos a pradera de Ordesa y nos tomamos una cerveza en el chiringuito. Cogimos el autobús que nos dejó en Torla y nos despedimos. A los pocos minutos emprendí el regreso hacia Madrid.
            Había cumplido un deseo de mi infancia, anhelado desde mis primeras salidas montañeras, cuando siendo un chaval y junto a los amigos del barrio cogíamos el tren de las 8:05 con destino a Cercedilla … pero eso es otra historia.

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