jueves, 17 de febrero de 2011

A Gavarnie en moto (parte I)

              Allá por el año 1987, “casi na”,  realicé un viaje en moto a Gavarnie, en el Pirineo francés. Veinte primaveras me contemplaban por aquel entonces. Creo que ni me afeitaba todavía. Lo que no recuerdo es como conseguí convencer a mis padres para que no me pusieran pegas para emprender el viaje.
            El caso es que un ocho de agosto a lomos de mi  Yamaha XS 400, de color blanco y junto a mi amigo Fran, con otra moto igual,  partimos en dirección  norte. Mi Yamaha posiblemente fuera la mejor moto que he tenido. No era la más atractiva ni la más potente, pero desde luego era la más fiable y con la que hice más kilómetros.
            El día antes de partir descubrí que tenía caducado el dni y entonces solían pedírtelo en la frontera, así que tuvimos que hacer una parada en la comisaría de la calle de La Luna para renovarlo. Un rato largo más tarde, con el resguardo en la mano y la advertencia del policía de turno de la imposibilidad de salir del país hasta que no recibiera el dni definitivo, iniciamos nuestro viaje.
            Con escaso equipaje, escaso dinero y muchas ganas de aventura fuimos devorando kilómetros por la nacional II parando a menudo para repostar y de paso estirar un poco las piernas. Poco a poco nos vamos acercando al Pirineo. Calor agobiante por el desierto de Los Monegros que subsanamos despojándonos de toda la ropa excepto guantes, pantalón corto y casco. Menuda locura, tropecientos kilómetros medio desnudos. Ahora hasta para salir a por el pan me pongo chaqueta protectora incluso en verano.  La inconsciencia de la juventud.
            Llegamos a Seo de Urgell por la tarde y hacemos una parada larga para comer y beber algo. Ya estamos a tiro de piedra de Andorra, a escasos veinte kilómetros, donde pararemos par dormir y comprar la comida para todo el viaje y algún capricho.
            Llegamos de noche al país del Pirineo. Cruzamos la frontera sin problemas, ni siquiera nos piden la documentación. En cuanto puedo lo primero que hago es buscar una cabina de teléfono para llamar a casa y comunicar mi llegada. Después  buscamos algún lugar para pasar la noche, en mitad del campo por supuesto. Una vez elegido el sitio aparcamos las motos y nos acostamos entre ellas, en nuestros sacos de dormir.
            Nos despertó temprano el ruido de una excavadora. Anoche, en la oscuridad no nos percatamos que estábamos en un circuito de motocross en obras. Tiene narices, con lo grande que es el campo.
            Recogimos el chiringuito, hicimos un par de fotos y nos dirigimos al centro, no sin antes dedicarle un corte de mangas al conductor de la excavadora.
            A medio día más o menos y con las motos cargadas con los víveres para el viaje, cruzamos la frontera andorrana y entramos en La Galia. Llegamos a Pas de la Casa, población fronteriza y afortunadamente ni la policía andorrana ni los gendarmes franceses nos piden la documentación, así que pasamos tranquilamente y seguimos camino.
            Después de tantos años me cuesta un poco recordar los pueblos por los que pasamos y en los que hicimos alguna parada, pero consulto un mapa y empiezan a sonarme poblaciones como Ax les Thermes, Saint Girons, Saint Gaudens, Lannemezan, etc.
            Lo que si tengo grabado en la memoria son los magníficos paisajes que podemos ver a nuestro alrededor y agua, agua por todas partes, en cualquier sitio te encuentras con un pantano, un río, un arroyo …
            Lo bueno de viajar en este plan es que no estamos condicionados a los horarios de los hoteles. En cuanto vemos un sitio que nos gusta, a ser posible siempre cerca del agua para poder lavarnos,  nos paramos y montamos el campamento. Colgamos nuestras hamacas de los árboles, preparamos algo de comer y a descansar. Llevamos también una tienda por si el tiempo se pone lluvioso. Tuvimos que soportar dos o tres tormentas guapas, de las de montaña. Impresionantes.
            Uno de esos días, los de tormenta, llegamos a una población que disponía de camping. Aparcamos las motos a la entrada y nos dirigimos a la caseta de recepción. No hay nadie. Se nos acercaron unos niños y les preguntamos en francés macarrónico quien atendía la oficina. Los niños salieron corriendo gritando: “Españoles, Españoles”. Nos quedamos un poco alucinados. ¿Serán descendientes de los soldados gabachos que lucharon en Bailén y por eso huían despavoridos ante nuestra presencia? Al rato apareció un abuelete y nos dijo que le siguiéramos.  Nos indicó una parcela en el extremo del camping, cerca del río y al lado de la caravana donde él vivía.
            Volvimos a por las motos y comenzamos a instalar la tienda. Justo cuando terminamos comienza a llover. Metemos todo el equipaje en la tienda. Nos tumbamos a esperar que escampe. Al poco rato aparece el abuelete para invitarnos a cenar a su caravana. Aceptamos gustosamente.
            El abuelo en cuestión nos contó que era un exiliado de nuestra guerra civil. Había luchado como piloto de aviones en el bando republicano. Su mujer, una italiana discreta y silenciosa, nos sirvió la cena y se sentó al lado de su marido. No hablaba español así que permaneció callada casi toda la cena.
            Después de dar buena cuenta de la cena y de una botella de Jumilla, la tierra natal de nuestro anfitrión, nos despedimos. Al día siguiente queremos salir temprano, si el tiempo lo permite.
            Amaneció bueno. Recogimos el campamento, nos acercamos a la oficina a pagar la estancia. Tampoco había nadie así que nos marchamos.
            Seguimos carretera en dirección a Lourdes. Necesitamos cambiar cheques de viaje y de momento no hemos encontrado dónde.
            Llegamos a la ciudad milagro y recorremos varios hoteles hasta que damos con uno donde nos cambian los cheques. Nos hacemos unas fotos por allí y seguimos nuestro viaje.
            Nos metemos por una carretera que va ascendiendo por la montaña hasta llegar a un pueblecito enclavado en la ladera. Recorremos sus estrechas y empinadas calles preguntándonos como han podido subir los coches que vemos estacionados. Nos detenemos en la terraza de un bar y pedimos unas cervezas. Al poco rato se nos acerca un tipo y nos pregunta si las motos son nuestras. Le contestamos afirmativamente y nos dice que es español como nosotros. Pide otra ronda y se sienta con nosotros. Nos cuenta que es de Piedralaves, Ávila. Tras un buen rato de charla, paga las cervezas y nos invita a cenar a su casa.
            Debemos tener cara de buenos chicos, a pesar del aspecto que tenemos después de unos cuantos días de viaje. Llegamos a su casa y nos presenta a su mujer, una francesa muy atractiva, a su hija, una réplica en joven de la madre, y a su hijo.
            Nos preparan unos huevos fritos con chorizo y patatas que nos saben a gloria.
            Al día siguiente, nos comenta nuestro nuevo anfitrión, salen de viaje hacia España y que nos deja la casa por si queremos descansar del viaje.
            Nos quedamos un poco alucinados por el ofrecimiento, que por supuesto rechazamos educadamente. No obstante insiste en que al menos pasemos allí la noche. Aceptamos el ofrecimiento y nos quedamos a dormir en el porche de la casa, en nuestros sacos de dormir.
            Al día siguiente, muy temprano, la familia se marcha pero nos dejan la llave de la casa por si queremos usar el baño. Volvemos a rechazar el ofrecimiento y al rato de marchar la familia lo hacemos nosotros también.
           Continuará ...

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