Cuando el diablo se aburre con el rabo mata moscas. Esa fue la conclusión que saqué una calurosa tarde de agosto, mientras disfrutaba junto a unos amigos de una cerveza fresquita y de una temperatura ambiente de cuarenta grados a la sombra, después de decidir que esa noche haríamos una travesía en kayak por el pantano.
En lo que llevábamos de mes ya habíamos recorrido el pantano con los kayaks de arriba abajo, de derecha a izquierda y de todas las maneras posibles, incluso habíamos descendido varias veces algún tramo del río que lo alimenta.
Esa calurosa tarde, con las neuronas embotadas por el calor o por el contenido de las botellas que ya se acumulaban encima de la mesa decidimos, como ya he dicho, darnos un garbeo nocturno con nuestros kayaks.
Ninguno de los asistentes puso ninguna pega ni reparo, al contrario, la idea nos pareció estupenda a todos. En este tipo de cosas siempre estamos todos de acuerdo, es lo bueno que tenemos. En cuanto alguien toca las palmas nos ponemos a bailar como Joaquines Corteses cualquiera, en perfecta armonía.
Pagamos la cuenta y nos fuimos a cenar algo y preparar el equipo y también a comentárselo a las parientas, que luego no se diga. En mi caso tengo que agradecer a mi mujer lo paciente que es conmigo con este tipo de cosas.
No obstante, mientas preparábamos la excursión no dejamos de oír de música de fondo, a nuestro alrededor, como un runrún cojonero, “Estáis locos, a ver si os va a pasar algo, con lo peligrosos que son los pantanos de día… y de noche ya ni te cuento, etc.”. Ni caso.
¡Qué aversión tiene la gente a la oscuridad!
Sales por la noche por la ciudad, de copas, al cine, a cenar o a lo que sea y no pasa nada. Sales al medio natural de noche y te cagas por las patas abajo.
Evidentemente hicimos oídos sordos a todas las advertencias agoreras y nos citamos a las doce de la noche. Organizamos los coches, cargamos los kayaks y el material y salimos en busca de emociones.
Llegamos al pantano, la oscuridad es absoluta. La zona la conocemos al dedillo ya que llevamos años frecuentándola, pero ahora, de noche, parece un territorio amenazador y hostil. Durante unos segundos pensamos en las advertencias que nos han hecho, pero solo durante unos segundos, más o menos lo que tardan las pupilas en dilatarse y acostumbrarse a la oscuridad. Nos sacudimos el canguelo y a la luz de los faros de los coches y con los frontales en la cabeza fuimos bajando los kayaks hasta el agua. Evidentemente el pantano se encontraba absolutamente solitario. Una vez los tres kayaks en el agua, dos individuales y uno doble, empezamos a remar en dirección a una especie de cala donde solemos hacer siempre la primera parada, a una media hora más o menos del punto de salida. Paleamos en fila india, en silencio. De vez en cuando escuchamos el chapoteo de los peces al saltar del agua en busca de insectos. Cuando lo hacen cerca de nuestras embarcaciones algún sustito nos llevamos.
Ahora, en medio del pantano me viene a la cabeza la imagen de los siluros, unos peces de agua dulce, habituales de algunos pantanos y que llegan a medir hasta dos metros. Me empiezo a imaginar un bicho de esos saltando hacia mi kayak porque me ha confundido con su cena y alucino. Inconscientemente o más bien con toda la intención del mundo empiezo a remar en dirección a la orilla porque me siento más seguro navegando paralelo a tierra, observo que mis amigos hacen lo mismo.
Entramos en la cala y remamos hasta el fondo. De día esta zona suele estar llena de patos y otras aves acuáticas. A esta hora no se ve ninguno, pero si se siente su presencia en la oscuridad. Nos echamos un pitillo (entonces fumaba) y unas risas. Los del kayak doble deciden salir ya y quedamos en vernos de nuevo para comernos el bocata en otra cala que todos conocemos.
Por la orilla norte del pantano discurre un camino que a veces tiene que salvar la entrada de algún brazo del pantano mediante puentes. Estos brazos son como pequeñas calas, y para entrar a ellos desde el agua hay que atravesar los ojos de los puentes. En una de esos brazos es donde habíamos quedado con el resto del grupo.
Salimos por fin en busca del otro kayak. Ya no los oímos y mucho menos los distinguimos.
Tras unos minutos remando vemos el puente que debíamos cruzar. En unas pocas paladas llegamos hasta él. La altura del puente con respecto al agua es mínima y tenemos que agacharnos para poder cruzar. Cuando estoy debajo del puente, con el cuerpo contorsionado para poder cruzarlo, descubro en el techo unos cuantos murciélagos que, sorprendidos, salen pitando revoloteando a mí alrededor.
Una vez dentro de la pequeña cala llamamos a nuestros amigos y nadie contesta. Remamos en silencio mirando hacia las orillas para descubrir a nuestros amigos que seguro nos están acechando en algún sitio para hacer la gracia. Llegamos hasta el fondo de la cala y allí no hay nadie. Nos quedamos un poco mosqueados. Volvemos sobre nuestros pasos y buscamos en todos los ojos del puente. No hay nadie.
Decidimos salir de nuevo al pantano y buscar a los amigos. Los llamamos a voces y nadie contesta. Cuando empezamos a preocuparnos de verdad escuchamos sus voces, a lo lejos, llamándonos.
Salimos a su encuentro y cuando llegamos a su altura discutimos lo que ha pasado. Conclusión: ellos se han metido por debajo de un puente y nosotros por otro.
Volvemos a la cala en la que habíamos estado nosotros para tomarnos el bocadillo y las cervezas que llevamos en el tambucho. A pesar de estar en verano el agua está fría y no invita a meter los pies, así que permanecemos sobre los kayaks.
Mientras terminamos el tentempié y charlamos sobre la excursión comenzamos a escuchar sonidos a nuestro alrededor, entre la vegetación; debemos estar en una zona donde bajan a beber los “bichos” que pueblan el entorno y nuestra presencia no les debe gustar mucho. Con la excusa de dejar tranquilos a los habitantes del lugar, aunque en realidad estamos un tanto inquietos, damos por finalizada la parada técnica y decidimos abandonar la zona y poner rumbo a la playa/embarcadero y terminar nuestra travesía.
Una hora más tarde estamos de nuevo cargando los kayaks en los coches y sobre las tres de la mañana emprendemos el regreso a casa.
Una magnífica experiencia eso de navegar por la noche. Supongo que a cualquier persona sensata le parecerá peligroso pero puedo aseguraros que en ningún momento corrimos ningún tipo de riesgo, salvo lo que representa la oscuridad en el medio natural para unos urbanitas como nosotros, por supuesto.
En cuanto llegue el buen tiempo repetiremos la experiencia.
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