Monte Perdido, con sus 3.355 metros de altitud, es uno de los picos más altos de España, concretamente el séptimo, enclavado en pleno Parque Natural de Ordesa y Monte Perdido. No es de los más difíciles de ascender, pero si de los más emblemáticos y atractivos.
Durante un montón de años, desde que salgo a la montaña, uno de mis proyectos ha sido ascender esta montaña.
Ya conocía el pico por mis viajes por el valle de Ordesa, pero siempre desde la distancia. Por fin me decidí hace tres o cuatro años a emprender el proyecto. Lo primero que hice fue recopilar toda la información que pude sobre la montaña, fotografías, historia, la mejor época para subirlo, la vía más sencilla, etc. y por fin programé la fecha para el viaje: la primera semana de mi periodo vacacional, en el mes de agosto.
Reuní mi material, con dudas sobre que ropa llevarme: de invierno o de verano. En Pirineos y a cierta altitud suele hacer rasca, a veces mucha rasca, así que decidí llevar también ropa de invierno. Pensaba vivaquear o dormir en el refugio de Goriz situado a 2.200 metros y parada casi obligatoria para ascender a Monte Perdido, pero al final decido llevar una pequeña tienda para pernoctar.
Como me ocurre siempre, me lío a meter cosas en la mochila y cuando acabo no hay quien pueda levantarla. Saco todo de la mochila y empiezo a descartar cosas. Vuelvo a cargármela a la espalda y sigue pesando mucho y aún falta la comida. No aprenderé nunca. Me gusta llevar varias prendas de repuesto y siempre acaban sobrando.
Llegó el día de la partida. Me levanté temprano, a las cinco de la mañana. Me ducho recreándome, en cuatro o cinco días no iba a catar el agua. Me visto, meto la comida en la mochila, la cargo en el coche y me despido de la familia. A las cinco y media salgo en dirección a Huesca.
En cinco horas me planto en la población de Torla, a las puertas del valle de Ordesa. Llamo a casa para decir que ya he llegado y que en los siguientes cuatro o cinco días no volveré a llamar. Ahí arriba no hay cobertura. Dejo el móvil en el coche junto a unas cuantas cosas que creo no voy a utilizar durante mi trekking. Dejo el coche en el aparcamiento público y cojo el autobús que me subirá hasta la pradera de Ordesa. En el autobús me acompañan varios grupos de montañeros. Siento un poco de envidia cuando veo el colegueo entre ellos. En ese momento me siento solo, pero apenas dura un instante. A los dos minutos ya estoy charlando animadamente con la mitad de los pasajeros.
En veinte minutos nos plantamos en la pradera. Me bajo del autobús y espero a que abran el portaequipajes para sacar mi mochila.
Es Domingo y la pradera está hasta arriba de gente. Mucho montañero pero muchísimos más domingueros. Lleno una botella con agua de la fuente, me cargo la mochila a la espalda y empiezo a caminar. Procuro hacerlo a buen ritmo para ir dejando atrás al pelotón. Cuando empiezan las primeras rampas ya se ha hecho una selección natural y se ve menos gente.
De vez en cuando paro para hacer alguna foto ya que el paisaje lo pide a gritos y así aprovecho para descansar y dejar un rato la mochila en el suelo, que ya me empieza a pesar y aún queda una buena caminata hasta la cascada de la Cola de Caballo, en el fondo del valle y donde haré una parada para comer antes de subir hasta el refugio de Goriz.
Prosigo la marcha. Llego a las gradas de Soaso, una serie de cascadas escalonadas que forman como unos estanques donde la gente aprovecha para refrescarse. Hago un par de fotos y sigo el camino que ya recorro del tirón hasta la Cola de Caballo acompañado de una fina lluvia que hace un rato ha empezado a caer.
Llego a la cascada justo a la hora de comer. Me busco un hueco entre el numeroso gentío que campa por los alrededores, cerca del río. Me descalzo y meto los pies en el agua mientras me preparo la comida. En cuanto termino la pitanza me tumbo en el suelo y me echo una siestecita de media hora.
Con pereza tras el pequeño descanso me vuelvo a cargar la mochila a la espalda que ahora parece que pesa aún más. Comienzo a subir la cuesta que me lleva hasta las clavijas de Soaso. En cuanto subo los primeros tramos me arrepiento de haber tomado este camino que me resulta peligroso con la piedra mojada debido a la lluvia y más en solitario. Pero en fin, ya estoy metido y no es cuestión de darse la vuelta. ¿Quién dijo miedo?
Una vez arriba respiro más tranquilo y me tomo otro pequeño descanso. El desnivel que acabo de salvar es importante y se merece parar un momento a coger aire. Emprendo el camino y solo veo gente de bajada. Nadie sube hacia Goriz. Sigo subiendo a mi aire, parando de vez en cuando porque las fuerzas van mermando. Este último tramo hasta el refugio se me está haciendo larguísimo.
De vez en cuando me parece ver el refugio a lo lejos, pero según me voy acercando descubro que solo son formaciones rocosas. Hasta que por fin lo distingo de forma clara. Me animo y aprieto el paso porque estoy deseando llegar ya que voy muy justito de fuerzas.
A las cinco de la tarde estoy en la puerta del refugio, me quito las botas y entro a por una cerveza que me bebo en el porche del refugio contemplando el ambiente. Pensaba que habría poca gente, sin embargo sin estar demasiado concurrido si se respira ambientillo. Después de una segunda cerveza, la primera me había durado un suspiro, recojo la mochila y busco un sitio donde plantar mi tienda. Tras unos minutos de búsqueda, los buenos sitios ya están cogidos, consigo encontrar una porción de terreno suficientemente plano de no más de dos metros cuadrados. Está muy apartado del refugio pero lo prefiero. Menos jaleo. Desde aquí las vistas del valle son realmente espectaculares Dejo la mochila en el sueldo y saco el material de pernocta. Levanto la tienda y dejo dentro el aislante y el saco de dormir.
El tiempo me había respetado bastante durante el ascenso hasta el refugio pero ahora está oscureciendo de manera preocupante. En pocos minutos se hace prácticamente de noche y empieza a tronar de forma salvaje. Las tormentas veraniegas en la montaña son de alucine. Lo dicho, en cuestión de minutos empieza a caer agua como nunca había visto. Me meto cagando leches en mi pequeño refugio y a esperar. Me pregunto si la tienda resistirá el aguacero. La tormenta es tremenda. El agua empieza a gotear por las costuras, poco a poco de momento. Como esto dure un rato más se me va a empapar el saco de dormir y la nochecita puede ser cojonuda.
De pronto, como si hubieran cerrado un grifo deja de llover, se despeja y vuelve a salir un sol radiante. Cosas de la montaña. Asomo la cabeza a ver el panorama. Me hace gracia ver como los inquilinos del resto de tiendas plantadas hacen lo mismo. Parecemos tortugas sacando la cabeza del caparazón.
Salgo de la tienda y compruebo que mi material esté seco. Una vez satisfecho me siento tranquilamente a contemplar el paisaje. Me saluda el tipo de la tienda de al lado ofreciéndome un cigarillo que cojo y enciendo con verdadero placer. Los dos nos quedamos mirando hacia el horizonte en silencio, dando caladas al pitillo. Rompemos el silencio y nos presentamos. Después de un rato de charla descubrimos que tenemos amigos comunes. Hay que joderse, lo que es la vida, el mundo es un puñetero pañuelo.
Suena la campana de aviso del primer turno de cena en el refugio y la gente se dirige hacia allí. Aprovecho y yo también me preparo mi cena. Pan de molde con una forma extraña después de horas metido a presión en la mochila, riquísimo chorizo ibérico y queso curado. Todo regado con Fino Cañería recogido de la fuente de la pradera.
Termino de cenar, recojo mis cosas y me enciendo otro de los pitillos que mi vecino me ha facilitado. Cuando termino me voy a la caseta w.c. adyacente al refugio. Ya es de noche así que uso el frontal para ir y venir del baño. En la oscuridad me cuesta encontrar la tienda pero al final doy con ella. Estoy hecho polvo así que me meto en la tienda y en el saco volando. Necesito descansar. Mañana a las siete de la mañana quiero salir hacia la cima de Monte Perdido. Continuará ...
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