Una calurosa tarde de primeros de agosto, de esas de cuarenta a la sombra, suena el telefonillo de casa justo cuando la modorra post almuerzo estaba haciendo estragos en mi cuerpo y me tiene prácticamente, por no decir totalmente, “sobao”. Me despierto y me levanto del sofá de un salto. No se ni donde estoy. Tardo unos segundos en reaccionar, justo cuando escucho un segundo timbrazo, largo, como de mala hostia. Por fin me espabilo e identifico el estridente sonido. Descuelgo el telefonillo de mala gana. ¿Quien cojones será el tocapelotas que me acaba de joder la siesta? me pregunto. Es mi amigo Fer o Fano o Fernando, por cualquiera de estos nombres se puede uno dirigir a él. Durante unos segundos me acordé de su santa madre, hasta que caí en la cuenta que habíamos quedado a esta hora para largarnos a la sierra de Gredos para hacernos unos pateos y subir el Almanzor.
Le abrí la puerta y le dejé pasar, increpándole entre risas que no eran horas de molestar. Una vez terminadas las paridas y bromas de turno me ayuda a recoger mis bártulos y los metemos en su furgo. Me despido de la familia y partimos por la carretera de Extremadura en dirección a la sierra, donde emularemos a la cabra montes autóctona durante tres o cuatro días.
Durante el viaje vamos charlando de temas que a ambos nos gustan: la montaña y la vida al aire libre en general.
Dejamos la autovía de Extremadura a la altura de Talavera de la Reina y cogemos la N-502 en dirección Ávila.
El paisaje ya va cogiendo algo de relieve pero la carretera se hace más lenta. Dejamos atrás Ramacastañas y empezamos a subir dirección al puerto del Pico. Aquí ya se empiezan a ver las consecuencias del trágico incendio de hace unas semanas que asoló la región.
Llegamos a Hoyos del Espino, donde paramos a tomar un café y a estirar un poco las piernas. Llamo a casa para decir que hemos llegado bien.
Volvemos a montarnos en la furgo y en poco tiempo llegamos a la plataforma de Gredos. Sacamos las mochilas. Dejo parte del contenido de mi macuto en el maletero, aún así mi mochila pesa mucho más que la de Fer. Intento engañarle pasándole algo de mi material para que lo portee él y se niega rotundamente. Es un montañero curtido ya en mil batallas y a este no le engañas ni de coña. Me coloco la mochila con resignación y emprendemos la marcha. Son aproximadamente las siete de la tarde la temperatura es muy agradable. La montaña en verano es una gozada, bueno y en invierno también.
Cogemos la senda empedrada que parte del aparcamiento. Por esta zona se ve algo de gente pero según vamos ascendiendo, la montaña se va quedando solitaria. El camino nos lleva hasta el Prado de las Pozas atravesado por el río Pozas. Cruzamos el río por un puente de cemento y seguimos ascendiendo.
Hace años que hice esta ruta y la recuerdo muchísimo más concurrida. Por la hora que es, será raro cruzarnos con alguien. Llegamos a la fuente de los Cavadores y hacemos una parada. Ya estoy hasta las narices de la mochila, ¿por qué pesa tanto? Ya solo queda la última cuesta hasta los Barrerones, luego todo cuesta abajo hasta la laguna.
Llegamos a los Barrerones, e iniciamos la bajada hacia la laguna.
La vista es espectacular. Desde aquí se divisan las cumbres del Almanzor y la Galana , nuestros objetivos para mañana. El sol ya empieza a ocultarse, me temo que los últimos kilómetros los vamos a hacer de noche.
Iniciamos la bajada. Empieza a refrescar así que me pongo el forro polar que saco de la mochila. Se agradece. El sol se ha ocultado por completo y la temperatura baja considerablemente.
La bajada es larga pero ya casi estamos llegando a la laguna. Se ha hecho de noche y nos detenemos para sacar las linternas frontales. Vamos bordeando la laguna por su lado izquierdo en dirección al refugio. Después de unos cuantos tropiezos llegamos a las puertas del refugio Elola. Son las diez y pico de la noche.
Descansamos durante un rato y luego empezamos a buscar un buen sitio para dormir. En los alrededores del refugio es difícil encontrar unos cuantos metros cuadrados planos, donde poder preparar el vivac. Subimos un poco más alto alejándonos del refugio. Por fin encontramos un terreno más o menos adecuado para dormir. Dejamos las mochilas y nos quitamos la ropa empapada de sudor. Nos ponemos ropa seca y hacemos estiramientos. Fernando saca su cocinilla portátil y prepara la cena. Después de la cena charlamos durante un rato y luego preparamos el vivac.
La noche está muy despejada y además hoy hay luna llena. Aquí no hay contaminación lumínica así que la visión de las millones de estrellas que conforman la cúpula celeste es espectacular. Me dedico a contemplar el cielo dentro de mi saco esperando que llegue el sueño reparador. La luna hace acto de presencia entre las puntiagudas agujas que rodean el circo. La vista es fantástica, de película de miedo. La luna ilumina tanto que parece que han encendido alguna luz. Tanta claridad y que no consigo coger la postura, me impide conciliar el sueño; y mañana hay que madrugar para subir el Almanzor. Siempre me pasa lo mismo en el monte, solo duermo a ratos.
… continuará…
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