Desde mi más tierna infancia y os puedo asegurar que desde entonces ya ha llovido lo suyo, soy un empedernido lector de libros de aventuras.
Comencé en una pequeña aldea de la Galia , tomando pócimas secretas y liándome a hostias, a la menor provocación, con los romanos del campamento de al lado.
Más tarde perseguí por medio mundo a un periodista con cara de niño y pinta un poco rara, siempre acompañados por un perro canijo y un capitán borrachín y malhablado.
Ya un poco más mayor me vi inmerso en una serie de casos misteriosos junto a tres investigadores adolescentes como yo, aspirantes a detectives.
Durante esos años disfruté de un buen número de aventuras a lo largo y ancho del globo, incluso me embarqué en la nave capitana de Cristóbal Colón navegando hacia no se sabe muy bien donde.
Sin moverme de casa me encontré en la disyuntiva de elegir a qué lado de la raya dibujada sobre la arena con una espada herrumbrosa por aquel viejo porquerizo en las playas de la isla del Gallo, me colocaría, mientras escuchaba como arengaba a su mermada tropa con aquello de: “ Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere “ o lo que es lo mismo: “El que tenga cojones que me siga hacia el Perú y las nenazas que regresen a Panamá “.
Más o menos.
En cierta ocasión, era noche oscura, al entrar en el pasadizo de San Ginés sorprendí al mismísimo capitán Alatriste. Andaba metido en faena. Con su espada en la diestra, la daga vizcaína en la siniestra y el chapeo calado hasta las cejas asestaba mandobles, entre juramentos cuarteleros, a su rival: aquel italiano vestido de luto al que llamaban Malatesta. Ambos se miraban como si les fuera la vida en ello, y en realidad de eso se trataba.
En época veraniega he navegado por los siete mares a bordo de los barcos color turquesa de la NUMA , participando en misiones y aventuras bajo el mar con los entrañables Dirk Pitt y Al Giordino.
De la mano de los caballeros del desierto, los míticos Tuareg, he cabalgado sobre sus famosos meharis por las interminables dunas del desierto, bebiendo nada más que un pequeño sorbo de agua y comiendo un puñado de dátiles , y deseando llegar al oasis más cercano para poder descansar durante unas horas, antes de volver a cabalgar de nuevo.
Todo esto se puede vivir simplemente asomándote a los libros.
Veo que has formado parte, de una manera u otra, de todas esas aventuras leidas por ti.Y de alguna forma incitas a los demás a la lectura, me ha sabido a poco. ¿Para cuando una segunda parte...?
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