… Hacemos otra pequeña parada. Ya se ve el refugio de Zabala al fondo, perfectamente mimetizado con el entorno. A veces cuesta verlo ya que el tipo de piedras con que se construyó es el mismo que las piedras del entorno.
Tenemos que cruzar un vallado para el ganado. Nos despojamos de los macutos para poder atravesar la abertura que impide que las vacas se escapen pero que permite pasar a los andarines. Al otro lado del vallado nos esperan unas cuantas vacas con sus terneros, lo que nos hace tomar precauciones y dar un pequeño rodeo. No nos apetece nada recurrir a la “media verónica” o a la “chicuelina”. Las vacas realmente están a su bola y nos miran como por encima del hombro, sin hacernos ni puñetero caso. Llegamos al refugio y echamos un vistazo por los alrededores, sobre todo Andrés que no conocía el lugar. Javi, Gustavo y yo habíamos subido hacía menos de un mes.
Entre todos buscamos un lugar donde poder instalar el vivac. La verdad es que no es fácil ya que el suelo del entorno está formado de placas de granito, pero encontramos algunos huecos donde poder instalarnos. Valoramos cada lugar teniendo en cuenta su situación, cercanía a corrientes de agua, número de “cagadas” de vaca, etc. Finalmente elegimos una zona cerca del refugio por si la noche se torna inclemente.
Recomiendo al grupo cambiarnos de ropa, la que llevamos está húmeda de sudor después de todo un día de correrías. Nos aseamos con toallitas húmedas (qué gran invento) y nos ponemos ropa seca y limpia. La verdad es que se agradece. Como está levantándose vientecillo fresco, nos ponemos también el forro polar. Quien iba a decirnos que en plena ola de calor tendríamos que utilizar esta prenda. La montaña es lo que tiene.
El lugar que hemos elegido para vivaquear está un poco desprotegido, así que nos movemos por los alrededores en busca de piedras para construir un cerco alrededor del vivac, con el fin de protegernos algo del viento.
Un poco antes de anochecer aparece un grupo de montañeros que nos preguntan si vamos a utilizar el refugio para la pernocta. Cómo les respondemos negativamente, deciden utilizarlo ellos. Todo un detalle por su parte, preguntar antes de usarlo. Todavía queda gente cabal, bueno, en la montaña siempre impera la educación y el buen rollo.
Entre unas cosas y otras se nos hace de noche. Encendemos los frontales, Javi estaba como loco por encender el suyo, y a la luz de sus leds nos preparamos la cena, consistente en empanada, queso y fiambre. Después de la cena, recogemos los restos de la comida, que ponemos a buen recaudo, no es plan de recibir la visita de alguna vaca durante la noche.
Andrés y Javi sacan la baraja de cartas y se lían, cual tahúres, a echar unas partiditas. Mientras, Gustavo y yo nos sentamos a charlar un rato, contemplando la laguna, que unos metros más abajo se adivina más que se ve. Descubrimos varias luces de frontales allá abajo, iniciando el camino de regreso hacía Cotos.
Un rato más tarde todos decidimos que es la hora de recogerse y sacamos los sacos de dormir de las mochilas. Ahora ya hace bastante fresco y solo pensar en la calidez de los sacos nos hace apresurarnos en meternos en ellos. A Javi le añado además una funda de vivac, no quiero que pase frío en su primer vivac. El gran Gustavo se sacrifica y voluntariamente elige el peor sitio del vivac para instalar su esterilla y su saco. Gracias Gustavo por tu generoso gesto. Andrés y Javi se colocan en el centro y Gustavo y yo en los laterales. Ya son cerca de las once y el firmamento comienza a llenarse de estrellas. Es todo un espectáculo. Como no hay contaminación lumínica, la visión es sorprendente. Buscamos constelaciones conocidas, planetas y estrellas famosas. También observamos luces que se desplazan a velocidad sorprendente y luego sin más, desaparecen. ¿Habéis visto eso? preguntamos los cuatro casi a la vez. Es un deleite observar este cielo tan plagado de estrellas, en las ciudades es imposible contemplarlo de esta forma.
Poco a poco el grupo se va silenciando y cada uno intenta coger la mejor postura para poder dormir. Yo jamás consigo dormir más de dos horas seguidas dentro de un saco, nunca encuentro la postura.
A partir de las dos de la mañana empieza a soplar el viento con fuerza y me empiezo a preocupar por el bienestar del grupo, pero a juzgar por algún ronquido que otro, creo que el único que no duerme soy yo. Javi se despierta en alguna ocasión debido al calor. La verdad que con el saco y la funda de vivac está un poco asfixiado. Enseguida se vuelve a dormir. Gustavo y Andrés no dan señales de vida, así que entiendo que están placidamente dormidos.
El viento trae hasta nosotros el sonido de los cencerros de las vacas y parece que las tenemos aquí mismo, aunque en realidad deben andar bastante alejadas.
Cuando por fin consigo conciliar el sueño, amanece y llega la hora de levantarse y ponerse de nuevo en marcha. A pesar de todo no ha sido una mala noche. Cuesta desperezarse y salir del saco...
Nos preparamos un suculento desayuno a base de zumos, leche, bollería y algún embutido. Tras la ingesta matinal, recogemos los bártulos y levantamos el campamento, dejando todo limpio. La idea es bajar hacia la laguna Grande y desde allí, por el camino normal, llegarnos hasta Cotos. Iniciamos la marcha por el empinado camino, realmente no es un camino sino una serie de hitos que nos señalan la ruta. Bajamos con cuidado por la zona de bloques de piedra en la que hay que tomar alguna precaución para no partirse una pierna.
Llegamos a la laguna. La temperatura ha subido considerablemente y nos despojamos de forros y chaquetas, que guardamos en las mochilas. Miramos con nostalgia hacia el refugio de Zabala, que ya queda muy arriba.
Por el camino nos vamos encontrando con gente que ya, hasta hora tan temprana, suben hacia la laguna. Nos detenemos en una fuente, al borde del camino, y aprovecharnos para lavarnos como buenamente podemos. El agua está helada pero nos viene bien.
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