Son las 7:45 de la mañana. La marca del termómetro está por debajo de 0⁰, es decir, un frío que te jiñas.
Salgo a la calle con la MTB a esperar a Gabi que tiene que estar a punto de llegar. Efectivamente, un par de minutos después de salir aparece con la furgoneta. Nos damos los buenos días y subimos la bici al vehículo.
Arrancamos y nos dirigimos a casa de Antonio, donde llegamos cuando el reloj marca las 8:00. En un pispas subimos su bicicleta y partimos hacía Aldea del Fresno.
En poco más de quince minutos entramos en Aldea del Fresno, solitario a esa hora temprana de la mañana, con el termómetro indicando -4⁰. La cosa promete.
A las 8:15 aparcamos la furgoneta junto a la valla del Safari de Madrid. Desde nuestra posición alcanzamos a ver unas cuantas llamas y avestruces que pasean a sus anchas por el recinto del parque, sin visitantes a esa hora.
Nos colocamos la ropa adecuada para combatir el frío reinante, que no es poco, calentamos unos minutos y ya sobre nuestras bicicletas comenzamos la ruta. Son las 8:32.
Tomamos la carretera que nos llevará hasta el pantano de Picadas. Las rampas del puertecillo que nos conducirá hasta la presa del pantano hacen que nos olvidemos del frío. En pocos minutos coronamos el puerto y comenzamos la bajada hasta la presa. Hacemos un par de paradas para contemplar el bello paisaje que se aprecia desde esa perspectiva. Reanudamos la marcha disfrutando de la espectacular bajada. Llegamos a la presa donde volvemos a detenernos para echar un vistazo. En menos de un minuto seguimos la marcha. El trazado del camino, bordeando el pantano, es muy cómodo y sin ninguna dificultad. Volvemos a parar a la salida del túnel que acabamos de atravesar para hacernos unas fotos. Reanudamos la marcha en un par de minutos. Llevamos un buen ritmo, así que en poco tiempo recorremos este bello camino. Ahora tomamos otro camino, esta vez asfaltado, que va cogiendo altura nada más comenzar su trazado.
El camino parece no acabar nunca y cada vez es más duro. Piñón grande y de vez en cuando plato pequeño. Tras mucho esfuerzo llegamos al final de la puñetera carretera. Hacemos una parada para beber agua y quitarnos algo de ropa. Aquí cogemos una pista forestal, que según los mapas que he estudiado antes de salir, nos llevará hasta una pequeña laguna. Afortunadamente la pista es cuesta abajo y nos permitirá darle un respiro a nuestras machacadas piernas. Lo larga que se ha hecho la subida y lo corta que se hace la bajada. En pocos minutos hemos descendido bastantes metros. Bajamos a buena velocidad, tan concentrados en ver por donde metemos las ruedas que casi no tenemos tiempo de contemplar el bonito paisaje que se aprecia fugazmente entre los árboles. Ya estamos en la lagunilla, bueno en realidad y por culpa de la poca lluvia caída en los últimos meses, más bien parece un charco grande.
Tomamos un camino que sale a nuestra izquierda, casi en un giro de 180⁰. Parece un buen camino, pero enseguida surge la primera rampa que nos hace levantar el culo del sillín para afrontarla. Vemos que la rampa termina en una curva y pensamos que a partir de allí comenzará el descenso. Ni hablar. Llegamos extenuados al final de esta rampa para descubrir que el camino sigue subiendo. Ahora, desde esta posición, podemos contemplar buena parte del camino. Todo subida, y aún más fuerte que lo que ya llevamos recorrido. Ahora, el camino asfaltado de hace un rato que tan duro nos había resultado, no era más que un aperitivo de lo que todavía nos espera. Apretamos los dientes y seguimos poco a poco recorriendo la infernal pista. Observo el cuentakilómetros del manillar y veo que no consigo pasar de los 5km/h. Andando iría más deprisa, pienso. Tengo tentaciones de parar y bajarme de la bici pero me sobrepongo y saco fuerzas de donde ya no hay. Se hace interminable, llegas a una curva con la esperanza de que sea la última de la subida y te encuentras con otra rampa más, hasta que por fin llegamos al final. Nos bajamos de la bici y nos da la tentación de tirarla por el barranco y regresar a casa andando. Nos quitamos las chaquetas y nos sentamos, contemplando el paisaje, a tomar nuestro merecido almuerzo.
Ahora, salvo sorpresas, tenemos unos cuantos kilómetros de bajada y luego otros pocos kilómetros llanos hasta el lugar donde hemos aparcado la furgoneta.
Terminamos el desayuno y nos ponemos en marcha. Tonto el último. Nos tiramos por la cuesta como locos, hasta que empiezan a aparecer rodadas en el camino, curvas cerradas, arena, piedras, que nos obligan a tomar precauciones y tirar de frenos cada dos por tres, si no queremos acabar por los suelos.
Todavía nos esperaría alguna sorpresa en forma de puñetera rampa, pero ya nos las tomamos casi con alegría, para dar respiro a los discos del freno.
La bajada, que ha sido larga, se hace en pocos minutos. Ya divisamos al fondo la población de Villa del Prado.
Entramos en el pueblo y recorremos algunas de sus calles hasta llegar a la antigua vía del tren, que tomamos para dirigirnos hasta la ermita de la Poveda. El camino es llano y nos lleva hasta una pista asfaltada. Tomamos esta carretera que, siempre bajando, nos conduce a la ermita. Echamos un rápido vistazo y nos acercamos a la orilla del río Alberche. Nos hacemos unas fotos mientras escuchamos como en la otra orilla del río, en la urbanización Calalberche, los tenderos ofrecen sus mercancías en el mercadillo dominical.
Reanudamos la marcha por un camino que nos conducirá hasta la carretera que une Aldea del Fresno con Villa del Prado. Cruzamos la carretera y cogemos otro camino que nos llevará, a tan solo un par de kilómetros, hasta el aparcamiento de la furgoneta. Ya casi estamos, pero el camino todavía nos reserva una última rampa que comienza justo después de cruzar un arroyo. Imposible subirla, así que nos permitimos la licencia de subirla andando. Un kilómetro más tarde y después de un pequeño sprint sacando el resto, llegamos por fin al final de nuestra ruta.
Ahora a pensar en la ruta del próximo domingo.
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