… Por fin consigo poner en pie a la tropa. Recogemos cuidadosamente los envoltorios de nuestro refrigerio y los guardamos en la mochila para tirarlos a la basura cuando sea oportuno. Ahora tenemos que buscar el camino por el que hemos subido. Comenzamos a bajar y tras unos metros de descenso la pared se vuelve demasiado vertical haciendo peligroso el descenso. Volvemos a subir y observamos más atentamente la roca para ver por dónde habíamos subido. Tras unos cuantos sube y bajas encontramos el sitio correcto y en un santiamén nos plantamos en la base del pico.
Nos colocamos correctamente los macutos y seguimos hacia el siguiente pico, que no pensamos subir, sino bordearlo por la parte derecha (la izquierda da al precipicio). Antes nos detenemos en la “Ventana del Diablo”, un hueco formado entre los bloques de piedra, que hace las delicias de la concurrencia. Nos asomamos a esta “ventana” por un lado y por el otro, haciendo fotos desde ambos lados.
Cuando nos cansamos de corretear por los alrededores del sexto pico, seguimos rumbo hacia el camino Schmid, siempre bajando. Al principio se aprecia claramente una pequeña senda, pero al rato ésta desaparece y tenemos que guiarnos por los hitos que vamos encontrando. Durante un buen rato de descenso desaparecen hasta los hitos y mis compañeros de aventuras me miran sospechando si realmente se donde nos estamos metiendo. Les increpo la poca fe que tienen en su guía y les tranquilizo haciéndoles saber que a pesar de no caminar por una senda como Dios manda, estamos siguiendo la dirección correcta, es decir, hacia abajo. No tiene pérdida, antes o después tenemos que cruzarnos con el camino Schmid, como finalmente ocurre.
No mucho más tarde, y con un contundente “tachaaaaán” muestro orgulloso el famoso camino a mis incrédulos y desconfiados compañeros.
Giramos a la derecha y nos dirigimos por esta antigua y concurrida vía hasta el puerto de Navacerrada, al que llegamos alrededor de las dos de la tarde con hambre de lobos y algo cansados.
Nos acomodamos en el coche y partimos hacia el puerto de Cotos, donde daremos buena cuenta de los gigantescos bocadillos de Venta Marcelino.
A la sombra de un enorme árbol, en la terraza de este mítico establecimiento, saciamos nuestro hambre con una buena ración de proteína y lácteos, es decir, unos buenos bocatas de lomo con queso.
Después de los postres y el café (postre para Javi y Andrés y cafelito para Gustavo y un servidor) nos entró un soporcillo que nos obliga a buscar una buena sombra en los prados que rodean la Venta.
Pasamos un ratito de retiro espiritual bajo unos pinos, mientras decidimos dónde pasar las horas de más calor antes de iniciar el ascenso hacia la zona de Zabala. Finalmente nos decantamos por coger el coche y acercarnos al cercano pueblo de Rascafría, con parada en las presillas.
En la zona de Las Presillas nos encontramos con bastante gente. Aparcamos el coche junto a un puente de madera, que cruzamos para dirigirnos hacia una de las pozas. Gustavo es el único que se atreve o al que le apetece meterse en la poza, aunque lo único que hace es remojarse los pies y salpicarse agua en la cara. Le dejamos disfrutar un poco más y luego volvemos al coche, esta vez en dirección a Rascafría.
Llegamos a Rascafría y damos una vuelta, sin bajarnos del coche, por este bonito pueblo serrano. Javi y Andrés compran una baraja de cartas para entretener las horas de vivac. Volvemos a Cotos.
Subimos por la misma carretera que nos ha traído a Rascafría. La charla y la música nos entretienen y sin darnos cuenta estamos otra vez en el aparcamiento del puerto de Cotos. Descargamos las mochilas, y el equipo de pernocta. Nos repartimos el material y la comida entre Gustavo, Andrés y yo. A Javier junior le dejamos una mochila de Andrés con el mínimo peso posible.
En vez de tomar el camino de la laguna, subimos por el camino del bosque, a la izquierda de Venta Marcelino. Los primeros metros están pavimentados con madera y enseguida nos adentramos entre la espesura de los pinos. Me encanta este camino, a diferencia del camino de la laguna, apenas es transitado. Cruzamos varios arroyos con muy poco caudal de agua y seguimos subiendo. Paramos de vez en cuando para hacer alguna foto y para que Javi no se canse demasiado. En una de las paradas vemos un zorro, que nos observa sin huir. Cuando nos acercamos para hacerle una foto se aleja despacio, sin miedo. Es una maravilla poder contemplar a este tipo de animales en plena naturaleza.
Seguimos avanzando y llegamos a la zona de la antigua pista de esquí, ahora, afortunadamente, desmantelada y repoblada de pinos autóctonos. Desde la última vez que pasé por aquí los árboles han crecido mucho. En pocos años ya no habrá huellas de la pista. Con un poco más de esfuerzo llegamos a las zetas, el camino que conduce hasta la cumbre de Peñalara, justo en el cruce con el camino de Zabala…