Como ya he comentado alguna vez, me gusta navegar en kayak. Hasta ahora me había limitado a remar en pantano y río, pero este verano me estrené en el mar. A pesar de no simpatizar mucho con la playa, el mar me gusta y siempre que puedo procuro subir en algún barco con la familia para hacer alguna excursión.
Así que este verano me animé a llevar mi kayak a la playa, para probar a ver que tal se me da remar con olas. Mientras aseguraba la embarcación en la baca del coche ya me imaginaba remando en el líquido elemento.
Cuando llego a la playa deposito mi kayak en un club de piragüismo donde, previo pago de un importe, me dejarán guardarlo. Al día siguiente acudo al club a las nueve de la mañana, su horario de apertura y me encuentro por allí con un montón de chavales entre ocho y quince años, calculo, con sus palas, sus escarpines y sus chalecos, listos para saltar al agua y comenzar la clase del curso de remo que imparte el club. Me emocioné al ver a tanto crío por allí a una hora tan temprana y practicando un deporte que no es fútbol.
Antes de meterme en el agua hablo con la monitora de los chavales para que me de algún consejo. Me indica que procure navegar costeando por el lado izquierdo de donde nos encontramos porque “dentro de un rato va a empezar a soplar el Levante y te ayudará a volver hasta aquí con menos esfuerzo”. Palabras textuales. Miro hacia el mar. En ese momento su superficie es lisa como un espejo. Esta va de listilla, me digo. También me recomienda que procure no caerme al agua. ¿Por qué? pregunto. Porque este verano viene cargadito de medusas. Pues empezamos bien, pienso.
Me uno a la fila de chavales, que con sus kayaks al hombro, van saliendo del club y depositando las embarcaciones en la orilla, a la espera de la monitora.
Yo por mi parte, me pongo en un ladito para no molestar y me coloco el equipo: chaleco, escarpines, guantes (los mismos que uso para la MTB), gafas de sol y gorra. Coloco la cartera y el teléfono en el bote estanco, donde también guardo una herramienta multiuso, algo de cuerda y un chubasquero, y un protector solar que nunca me acuerdo de usar. Coloco el bote en el tambucho de popa (la parte trasera del kayak) y una vez listo deslizo la embarcación hasta el agua y me embarco. Coloco los reposapiés en una posición cómoda y dejo la botella de agua a mano. Comienzo a remar, despacio, cogiendo ritmo. Delante tengo un buen montón de barcos fondeados y me entretengo leyendo sus nombres en las amuras o en el espejo de popa. Se ve alguna medusa, pero nada preocupante. Al salir de la zona de fondeo el agua comienza a rizarse y empiezo a notar algo de viento que según me voy adentrando en el mar se va haciendo mucho más notable. Pues igual tiene razón la monitora. Y el número de medusas por metro cuadrado también aumenta de forma considerable, algunas son como balones de baloncesto. ¡Como para caerse!.
Las olas me llegan por la banda de estribor haciendo peligrar la estabilidad del kayak, es decir que vienen por la derecha y a poco que me descuide me van a volcar y el agua ahora si que es una fiesta de medusas que te jiñas, hoy debe haber concierto de alguna estrella del rock medusil.
Giro el kayak para enfrentar la proa hacia las olas y empiezo a saltar y a pegar pantocazos. Decido dar la vuelta y regresar hacia la zona de los barcos fondeados, más protegida.
Hay un buen número de barcos como ya he dicho, los hay grandes y pequeños, a motor y a vela, de fibra y de madera. Uno de madera en concreto, con matrícula holandesa me llama la atención. Es una maravilla de barco, muy cuidado, el tipo de barco en el que me gustaría navegar. Nada de fibra ni plástico, solo madera y metal. Paleo a su alrededor, deleitándome. No tiene nombre, ni en las amuras ni en el espejo. ¡Qué curioso! Pienso. Me alejo de él con pena y me dirijo hacia la orilla. En ese momento una fila de intrépidos chavalines palean decididos, pegados a las redes que separan la zona de baño de la zona de navegación, bajo las órdenes de la monitora, que al verme me pregunta que tal lo llevo. Decido dar de nuevo la vuelta y palear junto al grupo, también cerca de la red, donde parece que el oleaje es menor.
Al cabo de un rato, ya más hecho a remar entre las olas, decido separarme del grupo y seguir solo. Ahora las olas me divierten. Ya le he cogido el tranquillo y estoy disfrutando de verdad. Consigo llegar al punto que me he fijado como objetivo. Paro un momento a descansar, dejándome arrastrar por las olas. Aprovecho para sacar alguna foto y beber un poco de agua. Que gozada. En mitad del mar, navegando con una pequeña embarcación. No dependo de ningún motor, no dependo del viento, solo dependo de mi mismo. ¡Qué sensación!
En fin, decido regresar. La vuelta se hace muy corta. Navego sobre las olas y prácticamente sin esfuerzo me planto delante de las instalaciones del club. Saco el kayak del agua y lo dejo en una rampa de cemento donde lo lavo con agua dulce. Una vez limpio y con la ayuda de uno de los chavales que andan por allí lo guardo de nuevo en el interior del club dando por finalizada mi primera salida en el mar.